sábado, 7 de diciembre de 2013

Energía potencial

Daniel Alexander Cuarzo entró al hall del edificio sin darse cuenta de las personas que le miraban, iba cabizbajo y aciago, no captaba más que lo necesario para poderse desplazar sin dar tumbos, comenzó a subir las escaleras sin captar los comentarios de dos ancianas que cuchicheaban a no más de un metro de distancia sobre la nefasta influencia de la música en la juventud actual. 17 años habían pasado desde que Daniel hubiera llegado a este mundo, sin padre conocido, sin hermanos conocidos, su madre lo crió de la mejor manera posible y Daniel nunca se enteró de las veces que ella tuvo que vender su cuerpo para pagar sus estudios o por alguna medicina que necesitara, cuando las reventas de droga no le alcanzaban para tales acciones. Nunca se preguntó en que trabajaba su madre y nunca hubo entre ellos una riña que no se pudiera solucionar con unos cuantos minutos de silencio. Cada paso que daba lo sentía empujando desde abajo, como si sus pies fueran una potente máquina que lentamente fabricara energía por el simple hecho de ascender. Recordaba las clases de física del profesor Alonso hablando de péndulos: "La energía cinética inicial se va convirtiendo en energía potencial a medida que la altura crece, para llegar a un mínimo de energía cinética y un máximo de energía potencial.." Giro en las escalas del segundo nivel, recordó vagamente sus compañeros del colegio, Susana, el torpe de Juan David, que sólo era un engreído, pero nunca jugaría al fútbol tan bien como él lo hacía; recordaba los campeonatos y a Huber Gómez, su compañero de goleadas, entre los dos se entendían muy bien y no había truco que no pudieran hacer en los partidos para salir airosos de los encuentros. Dobló en el recodo del cuarto piso, ahora sentía más pesados sus pasos, como si cada vez fuera más y más masivo, como si su peso se duplicara a medida que ascendía al quinto nivel.
Las vacaciones del colegio las había pasado entre sus amigos más cercanos, los del barrio, lo de siempre, en una finca en las afueras de la ciudad, no supo como se las arreglaron para conseguirla y no supo como se quedaron allí por dos semanas con otras personas. Particularmente se acordaba de Susana García, ah, cuanto había disfrutado de su amistad y de sus caricias, sin embargo eso no le importó cuando Diana le ofreció sus labios después de una tarde de piscina detrás de los mangos del patio y con ella también disfrutó tanto. Finalmente le importaba poco con cual de ellas estaba porque se sentía transportado al paraíso con ambas, aunque la primer vez que se acercó a Diana, no sintió la calidez que experimentaba con Susana. Abrió la puerta de la azotea que estaba cerrada con un candado viejo y podrido en óxido que sabía muy bien como abrir, bastaba empujarlo de un tirón y el seguro brincaba. Buscó las escaleras para seguir ascendiendo, ahora sus pasos no sólo pesaban sino que se habían convertido en un rítmo, como una especie de música minimalista que le empujaba a no detenerse, ese sonido opacó por completo sus pensamientos, ya nada pasaba por sus cabeza, no recordaba nada, no sentía sino el peso cada vez más alejado del piso y cada vez más duro; por un momento se imaginó la energía potencial infinita, ¿cómo se conseguiría? pero sus pensamientos se disipaban con el sonido cadencioso de las suelas de sus zapatos sobre las escaleras de cemento. entró en el último recodo del piso doce, accedió a la última azotea, más pequeña que la del quinto y se dirigió a la pancarta que pagaba parte de los múltiples gastos de aquel conjunto de apartamentos. Siguió de frente y de pronto, toda su energía potencial se volvió cero.