No he querido nunca
referirme a un proceso, porque adherirme a un proceso me hace sentir encadenado
a una causa. Nunca me he adherido a una cratos porque no creo en ninguna forma
de gobierno ni aún aquella que desprecia las formas de gobierno como la bella
acracia. Declararme anarquista sería contraproducente para la causa y para la
anarquía misma. Adherirse a un sistema es aprobarlo y aprobarlo es hundirlo. Ni
siquiera me he declarado ateo porque ¿Qué necesidad hay de autoproclamarse en
un sistema que le permite a los demás encasillarte en los esquemas que otros
definieron? Es decir, no soy anarquista porque el anarquismo que conozco es más
opresor que cualquier otro; los primeros anarquistas que conocí querían
convencerme de autoproclamarme anarquista porque otra cosa sería peligrosa para
ellos –Tal vez alguien recuerde los procesos de Alas de Xue en 1998 para
celebrar los 30 años de mayo del 68 en Bogotá en la Universidad Nacional- ¿Qué
demonios puede ser eso el anarquismo que quiere huir de la violencia, el
control y la represión? No me acepto ateo porque ser ateo es confirmar la
existencia de un dios o si no, ¿Qué es aquello de no tener un dios? ¿Será que
me falta alguno? Declararme apolítico sería un acto de irreverencia contra los
que piensan que nadie puede ser apolítico, porque el hecho de ser “apolítico”
es mostrar la inclinación política. Nuestras inclinaciones nos definen, pero no
tenemos, de ninguna manera, que adherirnos o declararnos en una de las casillas
que la horda social ha definido. Declarar nuestras propias tendencias también
iría en contraposición a lo ya expuesto.
No queremos seguidores, ni
prosélitos, ni esbirros, ni amos…
Queda un compromiso más
claro, declaramos que somos desobedientes y que no nos queremos colocar del
lado de la masa, eso no se debe a que en los derechos del hombre y del
ciudadano se le dé un acápite en el artículo II: “La finalidad de toda asociación política es la conservación
de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre. Esos derechos son la
libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión.” Eso se
debe a que somos seres conscientes y pensantes y además, insumisos; hacemos resistencia
a toda forma de opresión –Cosa en la que los detentores de la ley son expertos-
Estamos en contra de muchas cosas, de las elecciones y de las ventas y compras
de votos, de las exacerbadas euforias del pueblo en torno a sus deportistas, de
los que abrazan la bandera y se quieren morir ante ella por cualquier orgullo
patrio que no entendemos, de los que abusan de la autoridad y de los que lo
permiten. Ya Galeano hablaba de esta sociedad tan justa que “prohíbe tanto al
rico como al pobre, dormir bajo los puentes, mendigar en las calles, protestar
contra esta justicia y robar el pan” y por eso es que nuestro pensamiento y
nuestra moral y nuestra ética propia nos impulsa a decir un NO al servicio
militar obligatorio, no por que otros se abalancen a pedirlo o a reclamarlo o
porque la libertad de derecho y de pensamiento lo proclame en tal o cual ley o
constitución, decimos No al SMO porque es un abuso del poder, porque va contra
los principios de libertad de culto y de pensamiento. Los modelos castrenses taran,
manipulan, crean monstruos, asesinos, snobs, seres acerebrados. Tenemos el
derecho y lo tienen ustedes, a decir no y a recordar aquellas cosas que les
permitan evitar servir a la patria de la manera más ridícula: el SMO. Es
también un robo y un delito el cobro por parte de las fuerzas militares del
derecho a la libreta –no baja de $800.000 para la familia más pobre- ¿A dónde va
ese dinero? ¿A la guerra de nuevo? ¿Se invierte en educación? ¿Existe un
control sobre dichos dineros?
La lucha es larga, pero el propósito es noble y muy diciente de la
educación de un país: erradicar el SMO y el cobro que de éste hacen los
militares. No me alargo más, quedó con ustedes recordando una frase de Groucho
Marx que ejemplifica la rama y la educación castrense: “El término inteligencia
militar es contradictorio”.