domingo, 20 de julio de 2014

Desobediencia civil

No he querido nunca referirme a un proceso, porque adherirme a un proceso me hace sentir encadenado a una causa. Nunca me he adherido a una cratos porque no creo en ninguna forma de gobierno ni aún aquella que desprecia las formas de gobierno como la bella acracia. Declararme anarquista sería contraproducente para la causa y para la anarquía misma. Adherirse a un sistema es aprobarlo y aprobarlo es hundirlo. Ni siquiera me he declarado ateo porque ¿Qué necesidad hay de autoproclamarse en un sistema que le permite a los demás encasillarte en los esquemas que otros definieron? Es decir, no soy anarquista porque el anarquismo que conozco es más opresor que cualquier otro; los primeros anarquistas que conocí querían convencerme de autoproclamarme anarquista porque otra cosa sería peligrosa para ellos –Tal vez alguien recuerde los procesos de Alas de Xue en 1998 para celebrar los 30 años de mayo del 68 en Bogotá en la Universidad Nacional- ¿Qué demonios puede ser eso el anarquismo que quiere huir de la violencia, el control y la represión? No me acepto ateo porque ser ateo es confirmar la existencia de un dios o si no, ¿Qué es aquello de no tener un dios? ¿Será que me falta alguno? Declararme apolítico sería un acto de irreverencia contra los que piensan que nadie puede ser apolítico, porque el hecho de ser “apolítico” es mostrar la inclinación política. Nuestras inclinaciones nos definen, pero no tenemos, de ninguna manera, que adherirnos o declararnos en una de las casillas que la horda social ha definido. Declarar nuestras propias tendencias también iría en contraposición a lo ya expuesto.
No queremos seguidores, ni prosélitos, ni esbirros, ni amos…
Queda un compromiso más claro, declaramos que somos desobedientes y que no nos queremos colocar del lado de la masa, eso no se debe a que en los derechos del hombre y del ciudadano se le dé un acápite en el artículo II: “La finalidad de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre. Esos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión.” Eso se debe a que somos seres conscientes y pensantes y además, insumisos; hacemos resistencia a toda forma de opresión –Cosa en la que los detentores de la ley son expertos- Estamos en contra de muchas cosas, de las elecciones y de las ventas y compras de votos, de las exacerbadas euforias del pueblo en torno a sus deportistas, de los que abrazan la bandera y se quieren morir ante ella por cualquier orgullo patrio que no entendemos, de los que abusan de la autoridad y de los que lo permiten. Ya Galeano hablaba de esta sociedad tan justa que “prohíbe tanto al rico como al pobre, dormir bajo los puentes, mendigar en las calles, protestar contra esta justicia y robar el pan” y por eso es que nuestro pensamiento y nuestra moral y nuestra ética propia nos impulsa a decir un NO al servicio militar obligatorio, no por que otros se abalancen a pedirlo o a reclamarlo o porque la libertad de derecho y de pensamiento lo proclame en tal o cual ley o constitución, decimos No al SMO porque es un abuso del poder, porque va contra los principios de libertad de culto y de pensamiento. Los modelos castrenses taran, manipulan, crean monstruos, asesinos, snobs, seres acerebrados. Tenemos el derecho y lo tienen ustedes, a decir no y a recordar aquellas cosas que les permitan evitar servir a la patria de la manera más ridícula: el SMO. Es también un robo y un delito el cobro por parte de las fuerzas militares del derecho a la libreta –no baja de $800.000 para la familia más pobre- ¿A dónde va ese dinero? ¿A la guerra de nuevo? ¿Se invierte en educación? ¿Existe un control sobre dichos dineros?

La lucha es larga, pero el propósito es noble y muy diciente de la educación de un país: erradicar el SMO y el cobro que de éste hacen los militares. No me alargo más, quedó con ustedes recordando una frase de Groucho Marx que ejemplifica la rama y la educación castrense: “El término inteligencia militar es contradictorio”.