sábado, 11 de septiembre de 2021

Muerte

 Claro que la muerte es un fantasma que nos ronda de cerca y algunos lo cantamos y lo proclamamos, pero eso no hace que sea más fácil cuando te dicen que alguien de tu familia cercana entró en los terrenos del abono orgánico. Sí, sé que me burlo. Y deberíamos estar dispuestos a aceptar que todos, tarde o temprano, debemos pasar a formar parte de la glacial comarca como dijera Gravini, pero no deja de ser un problema, aunque tu familiar lleve un mes en el hospital muriendo, el pensar en los deudos, en lo que se pudo hacer y no se hizo, en los más cercanos a él y en su sufrimiento, en que jamás volverás a verle en la forma que podías hacerlo antes. De ahí podría partir esa manía humana de quererse crear cielos y dioses que le reciban en alguna parte para ponerle a descansar y la misma manía de dar pésames y entristecerse por la muerte del otro. A los más viejos nos va quedando esa idea de que seguimos nosotros, que la parca viene en camino y que indefectiblemente abandonaremos, de una vez y para siempre, todo lo que poseemos en este único mundo real y efímero. Mi casa, mis libros, mis armas... todo pasará a terceros que les importará un pepino mi creación o mi sistema infalible de taxonomia; la escritura que me ha acompañado dará al traste porque se perderá para siempre, aunque queden rescoldos en la red donde se vean los momentos de alguno que otro evento y tal vez alguien nos recuerde con aprecio y seguramente otros con odio. La mayor consigna será la indiferencia ¿Se dan cuenta? cosas que en realidad no importan y menos al difunto. El no ser no tiene sentido sino para el ser. El maldito problema de la muerte es que nadie está preparado realmente para ella, no importa la edad que se tenga, apenas la prevemos, la vemos llegar y ya estamos deseando que se alargue nuestra vida en esta tierra y que los hilos de las parcas no se enreden ni se acaben. No importa si tenemos ocho años u ochenta. Nada hay más falso que aquello de que la muerte no nos afecta. Ni siquiera quienes están convencidos de un alma inmortal que se sostienen con la idea de que un dios justo vendrá a enjuiciarlos y los llevará a un paraíso o a un infierno. Aunque parece que los que van al infierno tienen la posibilidad de arrepentirse, pagar misas y hasta pasar una temporada en el purgatorio para expulgar culpas y merecer el paraíso... Todo para hacer más llevadera la muerte. Llegamos al duelo. ¿Qué decirnos? ¿Qué decirle al otro que no sea vano y hueco? ¿Cómo llorar o rendir homenaje al cadáver? Yo no veo nada que pueda hacerse más que dar un paso al lado y dejar que quienes se regocijan en acompañar, llorar y lamentarse lo hagan y no importunarlos con disertaciones sobre lo inútil de todo. Si rezar los consuela que lo hagan. ¿A que decirles que ese dios sordo no anda interesado en los porvenires de nadie? ¿Para que importunarlos con reflexiones vacías sobre la inexistencia de mundos perfectos? Y, acaso, con una disertación sobre el equilibrio químico completo y la putrefacción de la carne como semilla de vida nueva y reluciente. El que siembra el árbol para recordar al deudo, el que guarda fotos como recuerdos, el que conserva del otro un trozo de lo que fuera en vida. Fue en vida que debimos rendir homenaje y no en la muerte y es por ello que muchos se lamentan y se dan golpes de pecho, porque al occiso le trataron mal y le desdeñaron... en la muerte no se curan heridas más que de los vivos que pretenden resarcirse rindiendo un homenaje a quien ya no lo necesita. !Líbreseme de tal horror y espanto¡ pero lo único que puede hacerse por el otro es, como dice Rabatté: "En vida hermano, en vida..."