domingo, 19 de enero de 2025

La historia no contada

 Sábado en la noche, rincón obscuro en medio de una avenida concurrida. Cuatro copas, un líquido de sabor agrio y conversaciones aburridas sobre la impresión o el próximo evento de no sé que grupos internacionales o de la reciente confrontación árabe israelí. Al lado los vehículos pasan zumbando su afanosa generosidad de ocupar la vía, del otro lado junto a la acera pasan todo tipo de seres humanos que disfrutan el sábado de andar, de caminar entre las puertas de los bares para ver donde les parece más agradable para retozar o donde logran vislumbrar alguna persona que les llame la atención y que les justifique pedir una botella de la peor cerveza. Las damas de la corte también se pasean con la intención de encontrar algún fulano que las invite a divertirse y vienen de plácemes con sonrisas amplias y vestimentas ajustadas que si no sirven de algo, sirven de algo. Se toca el tema de los amigos, de los enemigos, de los gustos, de los afectos, de los recuerdos y de los caídos. Los recuerdos se borran entre brumas en la distancia lejana de combos y grupos que se confundían entre sí y se realza el recuerdo de Los Mortikans acompañado de la redacción de la muerte de la última de sus miembros femeninos "se le dijo que se cuidara, que estaba muy elevada con tanto consumo de tantas cosas que ya ni recuerdo y se cayó. De allí no se levantó" Descansa en paz dijo alguno y hasta un homenaje le hicieron para despedirla y para anunciarle al pequeño mundo que ya no estaba entre nosotros y acomodaron un par de fotos para despedirla. Cada cual lo hace a su manera. "Tenemos que reunirnos, yo quiero escribir sobre el legado de Los Mortikans que no todo se vaya al olvido cuando desaparezca el último de nosotros". Creo recordar que quedan tres personas vivas que puedan hablar de las aventuras y las peripecias, los deseos y los propósitos de aquella conformación que vio sus pinos en un rincón del, por aquel entonces barrio de invasión, llamado Moravia. Ahí, al pie de Aranjuez en una balcón de fachada en blanco, las pintadas que se alcanzaban a leer daban azul homenaje al grupo de amigos en cuestión que profesaban una fe, un credo y una angustia musical que aún no se elevaba decidida pero que estaba categorizada e impuesta: Somos punks. Cuarenta años después, la música que ya es de apetencia popular y como un escarnio, les recuerda que "no somos nada" y aunque quede algo en el recuerdo de unos pocos, terror en algunos, admiración en otros y hasta nada en la mayoría de las personas allí reunidas, un personaje se abroga el deber de hablar de aquellos que ya no están, para rendirles ese homenaje que él cree que se merecen. La crónica está de más. Podemos hablar de los miembros, de cómo se fundó, de lo que llegaron a hacer, de lo que representaron para las generaciones de hoy, las otras agrupaciones o reuniones de ese mismo tipo que había en la época y en la zona, pero no estaremos ni cerca de la verdad porque la verdad que hoy se acumula en nuestros recuerdos ya tiene filtros y no tiene corroboraciones. Sigue pues, miles de horas de trabajo y transcripciones, de entrevistas, de búsqueda de fotos tan escasas en esas épocas y tan odiadas por aquellos protagonistas de este libro de hoy. Seguro las hay, toca auscultar, preguntar, crear un grupo donde se convoque a quienes recuerdan algo de aquellos tiempos y sobre todo de aquellos que se precian de ser los protagonistas de estos hechos que se cuentan. ¿Lo ponemos en lunfardo? ¿Lo hacemos entre comillas? Qué importa. Sume o no sume a nadie, es el deber el que hace el llamado, es la historia no oficial la que se levanta, es lo que no salía en los periódicos, es algo inmanente al rock que hoy tiene tantos representantes y cuyas bandas tocan cada ocho días en los bares que antaño se negaban a sonar el mismo ruido. Es nuestra historia sin la historia del vencedor, es la historia de los perdedores y la historia que no volverá a contarse.

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