¿He adornado alguna vez mis escritos con florituras traídas de la selva? ¿Acaso he puesto en mis escritos el nácar espurio que explota con centelleantes iridiscencias? Yo no adorno mi lenguaje para decir lo que pienso. Mi proceso de pensamiento tiene un orden puro y está basado netamente en el raciocinio, nunca en el bagaje lírico que algunos llaman sentimiento. Yo sé que cuando se deja libre el pensamiento, este puede buscar libertades más allá de las acordadas. La esclavitud es un sino, de ella vivimos y morimos y no es por cuento que nuestra vida se opaca cada que mencionamos el nombre de la diosa sin quemar en su altar inciensos. Hemos vivido como esclavos y esclavos somos siempre de un hecho, de una idea, de un amigo; ¿qué ocurre cuando dejamos que esas esclavitudes mueran? ¿Nos hacemos más libres? ¿Morimos acaso? ¿Se resiente el universo por el descontento general?
La derrota tiene nombre de mujer, es mujer, de su seno mana llanto y lo bebemos sin compasión.
Nunca, a la muerte de nuestros sueños sigue la muerte de nuestra materia, cuando ha caído la razón de la vida no puede sino seguirla la muerte, aunque ésta no se presente en la forma conocida, la inacción es la muerte. Algunos gritaran de emoción, la emoción que sacude a las bestias, presas de un hondo fervor por la muerte del enemigo formidable, ya no habrá que pelear más, la guerra llega a su fin, salve vencidos nos cagamos en tu puta madre. Para otros, unos pocos, los más cercanos será una derrota, pero no demarcaran un punto como el antes y el después, será simplemente una acción más, o menos, en el arduo proceso de la vida. Para la generalidad del mundo, abandonar los sueños, no representa nada. ¿Qué importancia tiene la vida donde la muerte es la reina absoluta? ¿por qué ponerle un nombre a lo que me incita a levantarme cada día si es por ello que vivo y me levanto y como y me acuesto? ¿Sirve la vida de la montaña? ¿es qué acaso nacer, crecer, reproducirse si es posible y morir es la vida? No. Me niego a vivir sin sueños, a dejar este mundo sin haber logrado mis metas, nimias, pero metas. Mi sueño es cantar y gritar lo que sale de mis entrañas, mi sueño es que la muerte me encuentre en el fragor de la batalla y no en la indolencia de una alcoba. Se me pide compromisos, mi único compromiso es contra la inacción que nos mata lentamente. En la selva los leones no gimen por la muerte de un macho, no recelan la caída de una cría. Los muertos no nos preocupan, nos aterran los vivos que aún pueden levantarse en nuestra contra. Ay que diera yo por poder abandonar sin lágrimas este mundo de hipócritas, simplemente dejar de respirar, hacerme parte del universo sin que éste se percate siquiera de la más mínima esencia de mi organismo. Soy parte de la primera célula y como tal seré parte del universo hoy y siempre, el anonimato cósmico del que hablaba Donatien, La rebeldía innata de la que se jactaba Emile. Definitivamente no me voy, me quedo, hasta que sea hora de abandonarlos y me iré sin gracia, pero, definitivamente, no me iré sin haberles arañado las neuronas, sin haberlos sacudido, porque, en mi naturaleza no existe tal cosa como la inacción.