domingo, 26 de octubre de 2025

Requiem para el patíbulo

El día de la muerte el cadáver se lleva todos los honores. Si no son todos los honores, por lo menos todas las miradas son para los despojos. Que si sí está muerto y que cómo murió, que alguién que le ponga un espejo a ver si lo empaña, que le revisen la dilatación pupilar, que si está tieso o frío, que llamen la ambulancia, que en Colombia es pegarse a los santos que no tenga mucho trabajo porque hay dos ambulancias para toda la población. Si no estaba muerto, ya le tocó morirse, que los galenos no llegan a ver si pueden revivir sino a decretar defunción y parte de legalidad sobre el suceso. Decía, ya le tocó morirse, más si tuvo que esperar la justicia colombiana y el mal del siglo latinoamericano: la impuntualidad y la burocracia de la espera. "Murió de causas naturales" dicen los del vestido de panadero como si estuvieran decretando la salida del pan del horno, que ya es natural morirse si se está vivo y si toca aguantarse a estos servidores públicos que ganan medalla de cuero de sapo por sus gratos servicios. Llegan de primero los más cercanos al lugar del hecho, si no fue que moriste como un pulguiento abandonado en la calle o en un lugar donde nadie se enteró hasta que el cadáver hedía a muerto. Y recibes los primeros escarnios de la familia que llora a bocajarro cuando ellos mismos te pusieron allí a que murieras como un galgo. A duras penas te volteaban a mirar y no faltaba el hijo putativo que te llevara algo de comer o el caritativo que pasaba y te dejaba una sopa en la puerta como si fueras un perro. Por allá te pusieron en un entrepaño, entre dos estanterías para que no fueras un estorbo. Seguro que lo eras, eras una patada en el trasero que nadie soportaba. Todos tus problemas llegaron a buen término. Ya no tienes que mendigar para un transporte que te lleve a la diálisis o para ir a comer un almuerzo de baretero a la esquina, ni para recargar el teléfono o para una droga de esas que el sisben no cubría o porque el carro que manejabas se desvencijaba. Falta la ignominia de la funeraria, después de que tu hermano, el genio, decidió que pagar la funeraria de un moribundo se hace con dos meses de retraso aunque la muerte se adelante. Luego de mil discusiones con la que pacta el precio de una despedida "digna" se sigue el oprobio: el transporte del cadáver, la vestimenta final, la afrenta innecesaria de ser lavado, cosido y vuelto a maquillar —¿vuelto? ¿Te maquillaste alguna vez? No, es otra afrenta más— para el último espectáculo. Irán seguro todos aquellos que te quedaron debiendo, algunos que cumplen con el rito y por cumplir el rito, seguro tus hijos y los que no eran tuyos pero que mantuviste a tu lado. Tus dolientes. ¿Enemigos? Seguro que también irán los que celebran que ya no necesitas nada, ni siquiera descanso eterno que no hay. Allí llorarán con la seguridad de lo mal que te trataron pero buscando consuelo en lo poco que te dieron o justificando sus faltas aunque no los escuches y crean ciegamente que les has perdonado. El consuelo de los tontos es que ya has descansado, el mío que ya nadie podrá negarte nada porque ya nada puedes pedir. Igual de tonto pero más acorde a la realidad.

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