Esta defensa ante una palabrota se le ocurre a una persona sensata: "hay que llamar a las cosas por su nombre" y con ello defiende la populista línea de pensamiento que le dice culo al trasero y chimba al órgano sexual femenino; gonorrea a la persona que le cayó mal y pirobo al marica o al de gustos sexuales diferentes. Otros se defienden diciendo que "así lo dice todo el mundo" y "el paisa lo dice de esa manera". Permítanme diferir de sus eminencias lingüísticas y plantearles lo siguiente: La vulgaridad, como dice Amy Tang, es una de las circunvoluciones cerebrales del cerebro masculino y en general, los hombres creen -dudo que piensen- que tales palabrotas les hace más machos. Bueno, lo que ella decía era: "La afición por los términos malsonantes forma parte de la base cromosómica del cerebro masculino" y para rematar la defensa, la tradición no es excusa sino del más solemne retrasado mental. Yo no tengo problemas, digan todas las palabrotas que quieran y si quieren le enseño más: culo, chimba, malparido, gonorrea, hijueputa, pirobo, carechimba, güevón, güevas, careculo, cagón, comemierda y todas las combinaciones posibles; pero no me vengan con el cuento de que a las cosas por su nombre. Espere que se levante una niña y le diga: "Profesor tengo que ir al baño a cagar y a limpiarme un chorrero de sangre podrida que me está saliendo de la chimba" o Así: " vea hermano tengo una cagada atrancada desde hace tres días, he hecho tanta fuerza que el culo se me salió y no me aguanto el hijueputa dolor" o Tengo una cagada así como agua de arroz y me sale tanta y tantas veces que ya tengo el culo pelao y la ropa toda empegotada con mierda" . Más sencillo, el doctor diciéndole a las cosas por su nombre: "No señor eso es un supositorio para que se lo meta por el culo" o "tranquila señora, ocurre en todo embarazo, usted abre sus piernas hasta que la chimba se le dilate como para que pase la cabeza de ese guevoncito que se dejó meter", vaya dígale a la conquista "venga yo le meto el chimbo por el culo", "dame esa chimba" o "mamame la verga". Creo que a las cosas se les puede decir por su nombre, adelante: llamemos ladrones a los políticos y esclavistas a los imperios, a los profesores babysitters, a los negros abortos de simio y a los blancos, pocaluces, paliduchos y leucémicos. A nuestros jefes, policías y lameculos del poder; al tendero hijueputa atracador y usurero malparido y ni que decir al policía, al guarda de tránsito y al vigilante... De seguro así son y así podemos dirigirnos a ellos y no se enojarán por principios similares a los esgrimidos en el título, "por su nombre" y a la mejor no incurriremos en conflicto y maltrato, pero, ¿les cuento el problema? casi ninguno o ninguno. Todos nos acostumbramos a hablar y a entender las cosas por su nombre y santo remedio. Lástima que se pierdan todos esos bellos insultos y palabras tan hermosas del español por reducir un lenguaje ya precario en los adolescentes a otro aún más pobre y viciado. Hágame la cuenta de las palabras que usan los jóvenes educandos de hoy en día y le garantizo que se sorprenderán de ver, aparte de lo mal que escriben -válido escribir mal por gusto, no por ignorancia- que su vocabulario se inscribe en las palabras arriba mencionadas y le pueden sumar "melo" "que chimba" "nito" "que gonorrea" e "hijueputa" o "jueputa", lástima que tengamos que olvidar: Alcornoque, alfeñique, atarbán, bellaco, belitre cafre, cenutrio, donnadie, energúmeno, escolimoso, estulto, fantoche, faquín, ganapán, gandúl, gañán, gaznápiro, gorrumino, lechuguino, mangurrían, mequetrefe, palurdo, patán, pazguato, pelmazo, pelele, petimetre, piltrafa, zángano, zarrapastroso y zascandil porque no son los nombres de nada que ustedes conozcan y lástima que un profesor de español se disculpe con esas líneas. ¿Qué puede pedirle un profesor a sus alumnos, si ya les dijo que a las cosas se les dice por su nombre el día que, sin querer, se le escapó el madrazo? Yo puedo decirles que el uso del lenguaje no puede resumirse a los insultos y que buscando en un diccionario de sinónimos encontraremos bellezas inconmensurables para el uso cotidiano y que a mayor cantidad de palabras usadas y aprendidas, mayor facilidad del cerebro en funcionar en tareas cotidianas. Que, en general, la gente no requiere tanta información por su nombre, por lo menos yo no: "voy al baño" "haré del dos" o "voy a descomer" son más que suficientes; que la alusión continua a palabras de grueso calibre -malsonantes- se llama coprolalia y se considera un problema psicológico y social como parte del síndrome de Tourette y que el uso descontrolado de tales palabrotas deriva en un ingsoc, apabullante por lo nimio, decretado por el partido para mantener a un pueblo en la más sumisa ignorancia. Es falso -como también cierto- que gritar un insulto ayude a sanar más rápido un martillazo, que la liberación de tensión se logre por el grito, no incluye la palabra en sí "la ciencia del hijueputazo" es un tema ya tratado en estos insermus y me aburre la enconada repetición, búsquenla si les interesa. No puedo más que cerrar estas líneas con el dolor en el alma por saber que los que son incapaces de moldearse a sí mismos, emplean las disculpas más sosas y vanas como lo son la lengua y la tradición para escudar su incapacidad de cambiar su manera de pensar y actuar. Creo, finalmente, que cada cuál aprende y reproduce las palabras que el entorno le enseña. Nuestros padres, hermanos y amigos contribuyen a nuestro uso del lenguaje y eso revela el entorno en que crecimos. Yo me crié entre viciosos y sicarios, mis padres no fueron modelo de lenguaje, ni de lectura, pero el rebelarme contra lo que se me quiere imponer y dominar mi lenguaje no es síntoma de reducción, por el contrario, es síntoma de aprendizaje y grandeza -"tout à fait au contraire mon ami"- tratar de reducirlo a "por su nombre" es, de por sí incorrecto, ya que al culo se le puede llamar trasero, ano, recto, nalga, final de espalda, anca, calipigia, posadera, asentadera, cola, ilíaco, glúteo. Pero le tengo una más bella y refinada, que no podrá aprender si sigue llamando a las cosas "por su nombre": tafanario.
PS: Es probable que se me acuse de gazmoñería por no emplear términos de ese tipo en mi lenguaje, pero no se trata de si se usan o no, si no de como se usan o de si son muletilla en algunos. Me consta que es una dificultad de muchos no controlar su lenguaje o no conocer términos diferentes para expresarlos. Durante una clase pregunté: ¿"dónde podemos golpear a una persona para sacarla de combate de un sólo golpe?" "En la güevas" fue la respuesta. "Hombre no -le dije yo- en las gonadas, en los testiculos, en las partes íntimas, en la masculinidad, en el monte de venus, en el amor venerís vel dulcedo peleteur, en el mons pubis -habrá quien me discuta que esa parte no se corresponde anatomicamente con la misma parte de un hombre- en la sínfisis púbica si quiere o en las joyas de la familia, en el escroto..." Me interrumpió "yo no sé usted profesor yo lo golpeo en las guevas".
PS 2: No sólo las palabras malsonantes vienen en "las cosas por su nombre" y toca aceptar haiga, aya, boñuelo, boje, habemos, apreta, acobijarse, accido, exena, dentrar, sigasen, tualla, picsa, fuertísimo guevon y gueso que también son el nombre que el vulgo le da a las cosas.
PS3: No sé si puedo hablar de un lenguaje vulgar y uno especial o refinado. El lenguaje vulgar de ninguna manera es culto, justamente porque no se lo ha propuesto o porque no se le ha exigido o porque "las cosas se llaman por su nombre" o porque "así decía mi apa". Lo que si es claro, es que un lenguaje culto, no requiere la malsonancia, como la hemos tratado acá porque posee el poder de la sinonimia y la facilidad de aplicación, que da, justamente, la cultura, en la parte que se refiere a leer y a estudiar.
PS 4: No existen las palabras prohibidas, pero si las infamantes y las insensatas. Las palabras vulgares son infamantes y desagradables, puede que no en la reunión de cerdos o en la convención de rock, pero si en la enseñanza y en la charla culta o pseudoculta de la que soy partidario.
PS: Es probable que se me acuse de gazmoñería por no emplear términos de ese tipo en mi lenguaje, pero no se trata de si se usan o no, si no de como se usan o de si son muletilla en algunos. Me consta que es una dificultad de muchos no controlar su lenguaje o no conocer términos diferentes para expresarlos. Durante una clase pregunté: ¿"dónde podemos golpear a una persona para sacarla de combate de un sólo golpe?" "En la güevas" fue la respuesta. "Hombre no -le dije yo- en las gonadas, en los testiculos, en las partes íntimas, en la masculinidad, en el monte de venus, en el amor venerís vel dulcedo peleteur, en el mons pubis -habrá quien me discuta que esa parte no se corresponde anatomicamente con la misma parte de un hombre- en la sínfisis púbica si quiere o en las joyas de la familia, en el escroto..." Me interrumpió "yo no sé usted profesor yo lo golpeo en las guevas".
PS 2: No sólo las palabras malsonantes vienen en "las cosas por su nombre" y toca aceptar haiga, aya, boñuelo, boje, habemos, apreta, acobijarse, accido, exena, dentrar, sigasen, tualla, picsa, fuertísimo guevon y gueso que también son el nombre que el vulgo le da a las cosas.
PS3: No sé si puedo hablar de un lenguaje vulgar y uno especial o refinado. El lenguaje vulgar de ninguna manera es culto, justamente porque no se lo ha propuesto o porque no se le ha exigido o porque "las cosas se llaman por su nombre" o porque "así decía mi apa". Lo que si es claro, es que un lenguaje culto, no requiere la malsonancia, como la hemos tratado acá porque posee el poder de la sinonimia y la facilidad de aplicación, que da, justamente, la cultura, en la parte que se refiere a leer y a estudiar.
PS 4: No existen las palabras prohibidas, pero si las infamantes y las insensatas. Las palabras vulgares son infamantes y desagradables, puede que no en la reunión de cerdos o en la convención de rock, pero si en la enseñanza y en la charla culta o pseudoculta de la que soy partidario.
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