Yo nací en el seno de una familia moderadamente católica o solapadamente católica y claro, como a cualquier hijo de obrero me mandaban a la iglesia para que rezara y pidiera por el bienestar de todos y cada uno de los miembros de la familia. Supongo que se preocupaban por la salvación de mi alma y esperaban que al morir todos nos reuniésemos de nuevo en el cielo de los creyentes como una familia real, casta, santa y pura. He de suponer que muchos de ustedes saben que yo no iría a ese cielo de arrodillados, lamezuelas y pordioseros ni aunque por propósitos de ironía, un genio loco lo crease o me jugase la broma de hacerme creer en él. En mi familia los únicos días que se celebraban eran los de navidad o de pronto cuando mi padre conseguía un poco de dinero extra porque nos llevaba comida por montón, barras de salchichón cervecero con limón y lo repartía como si el mundo fuese a acabarse y no habían más celebraciones. No recuerdo que alguien me dijera feliz cumpleaños o feliz aniversario entre mis padres o feliz día del padre o de la madre. Supongo que la pobreza que habitaba nuestras entrañas era igual o peor que la que se diseminaba por nuestra casa, que ni era casa, ni era propia. Yo acepto en ese sentido que se le diga a alguien feliz día o feliz aniversario o suerte. Pero en serio. ¿Qué carajos celebras? ¿Un año más o uno menos? ¿El giro del planeta alrededor de su órbita, a partir de la fecha cumbre de tu nacimiento? ¿La feliz coincidencia de que las redes sociales te pidieron una fecha de nacimiento y se lo recuerdan a todos tus contactos y, por obligación y deferencia te envían un saludo de camaradería? ¿La real consecuencia lógica de tu vida? Si, celebremos, vengan mujeres a mi, licor y batatilla en polvo, quitémonos todos la ropa y ofrendemos a Baco y a Poro, aunque nuestros dioses tutelares sean Aporia y Penia. Brinquemos que unas canciones nos harán olvidar lo inmundo de esta inmundicia de mundo. Saltemos que con eso esquivamos el presupuesto nacional y el iva y la canasta familiar en alza y el ascenso vertiginoso del dólar y hasta los problemas fronterizos que, sean la culpa de unos y otros, siguen siendo problemas. Yo no veo que celebrar y por deferencia les aplico el agradecimiento y la molestia de haberme felicitado, pero no existen razones para una fiesta y la fiesta no puede estar llena de hipocresías, yo no celebro mi cumpleaños, ni la vuelta al mundo, ni la semana de pascua. No me resisto escribir sobre un día cualquiera, que no suma ni resta porque eso es lo que dice un papel que mi madre guarda: "nacido el 25 de ... del mes de ... del año del señor de... en la parroquia... se firma para... NO!!! Ese no soy yo, ni es ninguno de ustedes, yo soy lo que hago y lo que pienso y si lo que hago y pienso pudo tocar dos o tres almas hermanas que siguieron su camino y pensaron en más almas y caminos. Sea. Yo no soy mi día, felicítenme por mí trabajo; yo no soy ropa, felícitenme por mis canciones; yo no soy idiota, felicítenme por mi genio. No me feliciten un día y me abandonen 364, que yo no he dejado de ser y si dejo de ser felicitenme: he muerto y ya ninguna cosa me afecta. No me llamen porque los inquietó un mensaje en la red. Llaménme porque quieren escuchar de mi voz un saludo y una carcajada de hermanos. En fin, y no es me que me cansé de pensar, pero como dijo una vez ese viejo patético que fue el vendepatrias de F. González: "a mí que no me hagan estatuas, que me den el dinero en oro" pues a mí que no me hagan esculturas, que las felicitaciones me las den en licor, que si bien tampoco arregla nada, no me deja ponerme a pensar si quiero o no ayudar a arreglarlo.
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