"Hoy fui al hemiciclo a ver a los padres de la patria, hoy fui al hemiciclo a ver a los padres de la nada..." hace como 30 años escuchaba esa canción del grupo Narkosis de Perú. No tenía ni idea de lo que era un hemiciclo y seguro no tenía intenciones de aprender. El martes en la posesión de la nueva estructura de la cámara en Venezuela tuve el infortunio de ver algo de eso por televisión -de nuevo por estar en casa ajena- y ver sinestésicamente la canción repitiéndose en mi cabeza mientras oía a los padres de la patria diatribar de sus antecesores, alabarse en sus puestos, evocar historias de superación personal en las que eran protagonistas y el hemicirco... ¿cuál hemicirco? el circo completo. La derecha contra la izquierda, el socialismo contra el capitalismo, el oficialismo bolivariano contra la oposición conquistadora. Allí vimos como es insultante el poder y recordamos como es un perro alentado por los ladridos, en crescendo, de su propia jauría; No sé quien dijo que nada es más cruel que un carcelero que logra llegar al poder; supongo que alguien recalcó lo cruel que puede ser el verdugo cuando se instaura de juez y la vesania desencadenada por el poder en psiques devastadas por la ignorancia. Por televisión alabaron a sus copartidarios elevándolos al grado de patriotas y padres de la patria y apabullaron a los oficialistas disminuyéndolos hasta los bajos fondos de traidores al país y a la patria misma. Se hincaron ante los invitados en cuyas líneas estaba un "insigne" presidente colombiano que también vendió la patria en su debido momento y como en la plaza romana, juntó sus dos brazos en señal de aclamación que le fue brindada cuando a él se refirieron; el nuncio pontifex, que no sólo ejercía como invitado sino como veedor de las acciones del clero y una coconspiradora de un asalto que requería una revocación de arresto para su marido. La misma escena de patrañas representadas a favor de unos y en contra de otros se presentó con los oficialistas. Reabrieron los canales informativos y dieron rienda suelta a la libertad de prensa, con la cual las cadenas informativas llenaron sus espacios del día y, si por adivinar que de toda la semana, se me tiene como un Nostradamus, sea pues. Y, así, por televisión, le mostraron al mundo lo que ha cambiado el circo: Nada. Soy un pobre analista, medio ciego e incrédulo totalmente. No hice estudios de politología ni de ciencias sociales; no sé de historia más que la que he aprendido leyendo entre líneas: Sé de donde vienen las religiones y sus historias, sé que hacen y como sobreviven y su papel en el mundo actual donde ya no necesitamos explicarnos un rayo o un terremoto. Sé de la eterna candidez humana y conozco la ley de la selva, no la ley del más fuerte, es engañosa en cuanto a fuerte; conozco la ley del más condescendiente, del que es capaz de acaparar la acción de la masa a su favor aplicando en su discurso el poder de la demagogia y la fuerza del turiferarismo: loar al pueblo y atacar lo que ese pueblo ataca. He ahí una ciencia. Hasta un perro se hinca y lame la mano de quien lo acaricia y le da de comer. Fingir clemencia y someter a un pueblo sin la utilización de las armas; hermoso poder aquel de dominar sólo con el uso de la palabra. Por eso alabar no es una lucha, no la mía. Y ¿Cuando he buscado yo la absolución de la manada? ¿para qué quiero ser aceptado por ella? yo he huido de esa manada y no me quedan más que las arcadas que me produce la política y sus juegos de poder; el asco que me causa la gente que se deja engañar por esos discursos y la impotencia de mis palabras. Yo no hablo para que otro se subleve. Sé que los gusanos no derribamos regímenes y yo no soy un gusano excepcional. Escribo para que quede constancia ante mis censores, que no son la patria ni la historia, que pensé como cuando era niño: La política y la religión de la política son una completa mierda.
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