"¿Una imagen vale más que mil palabras?" Seguramente ya se da por sentado que la tal frasesita es verdad a pies juntillos y tanto al que hace el mamarracho como al que hace un pedestal se le puede decir que es bueno o malo con ver su obra porque ahí está su experiencia y su conocimiento hablando por sí solo. La cosa no es tan cierta, pues entonces Don Miguel de Cervantes se equivocó y debió pintar un cuadro de un caballero triste embistiendo molinos con su pica y seguramente Shakespeare se equivocó con tanta palabrería, al igual que cualquiera que haya hecho el ejercicio de sentarse a poner sus actos en palabras. Para el caso de más de un libro de basura infecta, las palabras sobraban y su obra tal cual su imagen no vale ni para sumarla al tacho de la basura donde realmente corresponde, sin ánimos de ofender a la misma basura que ya de por sí es una imagen. Definitivamente a mí, me valen más las palabras que las imágenes y es un decir fatuo que depende del meollo. ¿Qué pasa si la imagen son palabras? ¿y si son más de mil? La frase no es un exabrupto, pero hay que sopesarla antes de lanzarla sin más como lo hace la mayoría. Quede escrita. Esta semana mientras pintaba una mesa vieja un transeúnte me advirtió que estaba "votando pólvora en gallinazos" y yo no le respondí, pero me guardé para mis adentros un pensamiento y pensé y pensé más, hasta que ergoticé la pólvora y los gallinazos. La frase es un coloquio para indicar que se está perdiendo algo en otra cosa que no resultará nada útil o que la labor que se hace resulta fútil. Debe ser frase de un cazador con el estómago lleno. Se desprecia al gallinazo como comida o como pieza de exhibición, hecho repugnante de racismo animal que no debe acolitarse de ninguna manera, que cada especie tiene sus atributos y sus bellezas y entre ellos deben verse bellos porque se siguen reproduciendo, a menos que la belleza no tenga nada que ver con la compunción de la cópula que los reproduce. También se le da más valor a cuatro o cinco granos de pólvora que a la fecha, que no estamos en el siglo XII, no valen demasiado y se consigue con relativa facilidad. Al final de mi pensamiento arrojé una cláusula letal, como que al final de cuentas era mi pólvora y al final de cuentas los gallinazos que cazara, también serían míos. "Al mal tiempo buena cara" es más una recomendación y como tal debe ser tomada que si ajustamos la antisimétrica queda que "a buen tiempo mala cara" y por extensión los que exhiben buena cara les está yendo mal y viceversa, quienes exhiben cara mala van de plácemes y de hipócritas. Como recomendación es viable pero no sirve para deducción o descontento. "Querer es poder" me abate al instante porque yo quiero y deseo con todo fervor ser bello, rico, elegante y autosuficiente y no he logrado ninguna ni a palos. Puede discutirse que mi fuerza del deseo es absolutamente física y no le halo al fervorismo religioso pero si así es ¿Dónde están los que predican tal exabrupto con dinero y fama a menos que no la quieran o no puedan? No conozco a nadie en mi entorno que no desea un algo con fuerza y no lo consigue, por tanto, la frase es falsa y arroja una contradicción proposicional. Es verdad que puede entenderse en los círculos correctos de aplicación, pero esta frase es de aquellos malversadores de fondos a quienes llaman "maestros" y escriben libros de superación personal o dan charlas de auto ayuda. Quienes aplican esta frase al levantarse de la cama o abandonar un vicio obtienen una tautología falsa incentivada por premisas menores que no comprueban nada porque querer es poder pero sólo para las cosas que no comprueban nada y, de nuevo, "una golondrina no hace verano", que no la explico porque seguro ya la madrié en algún otro de frases populares. "El hábito no hace al monje" es la última frase popular que trataré en esta actualización de adagios pasados por la razón del escribiente y me queda tan sencillo con preguntar ¿Qué pasa si el monje se viste de payaso? o ¿de policía? Claro es que si me visto de monje no adquiriré las creencias y la capacidad de sumisión a un dios e incluso la capacidad de perdonar pecados o conjurar poseídos. Aquí el comentario es válido y aceptable, pero si me disfrazo de monje y nadie conoce lo que va dentro del hábito, mi cara de ángel me permitirá engañar a todos, que recibirán mis perdones, se arrodillarán ante mi anillo papal y me cederán los diezmos apropiados y así con todo lo relacionado con el monje. El hábito no hace al monje pero lo deja pasar por él y aquí hay que apegarse al efecto placebo que deja inútil o en dudas la frase. Vestirse de payaso no me convierte automáticamente en payaso, pero no faltará el que se ría de mis absurdos y seguro si un monje vestido de policía o de tránsito me solicita los documentos, por más que no sea tránsito ni policía, resultará improbable que me niegue a contestarle o a presentarle los documentos que pida. No vemos guardas de tránsito o policías enseñando sus insignias o ciudadanos exigiéndoselas, les basta el uniforme y a los curas o monjes baste verles el uniforme de cura o de monje, el habito hace o no hace al monje es la cuestión de Shakespeare en el consciente dudoso: ¿Será o no será? Yo creo firmemente que lo que quieren decir es "Que aunque la mona se vista de seda mona se queda". Vistamos la mona de monje y obtendremos un premio a nuestra capacidad de observación y simplemente, quedando mona debajo del peto franciscano o el clergyman, comprendemos por fin aquello de que "el hábito no hace al monje". Queda por agregar que la frase es corriente e inapelable pero para un pueblo desconfiado, orgulloso de su raza y altamente ingenuo, sobra horrores. Yo prometo irme, pero ahí me queda el vestido de la mona que ya explicado con el del monje me trae a distracción lo rara que puede ser una mona vestida de seda y seguramente no deja de ser mona bajo la mortaja, ni debajo del maquillaje o el negligé pero ¿No es eso lo que busca todo el que se arregla o disfraza para salir, llamar la atención y aparecer en la pupila ajena? La mona sigue siendo mona pero que mona le queda la seda.
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