domingo, 28 de enero de 2024

La insoportable medicina

 Hablo hoy por todos los animales y por el más animal de todos. Permítanme empezar por recordar que la medicina apenas existe hace unos descarados 6000 o 7000 años y no la actual basada en la ciencia sino una medicina chamánica y brujeril más cercana a la magia y al vudú. Yo datos no tengo, pero que me vengan a decir que, hace 2500 años, cuando alguien era mordido por una serpiente, le inyectaban un suero antiofídico o le cubrían la herida para que no se infectara o le hacían análisis de sangre o le conectaban a una máquina de respiración extracorpórea, que va, si llegaba vivo a la aldea lo acostaban en el suelo o en una estera y llamaban al médico brujo que le untaba algunas plantas masticadas y luego rezaba como loco mientras hacía pases mágicos sobre el casi cadáver, qué, de salvarse, le daría honra y gloria a él, a su medicina y a sus dioses. Esto debió repetirse por muchos siglos hasta Hipócrates, Galeno y Avicena que reconocieron procedimientos médicos como el evitar que la sangre fluyera del cuerpo con cauterizaciones o la extirpación de extremidades en evidente mal estado y se daban por enterados que se salvaban más pacientes. Los chinos usaban otra medicina chamánica con tintes de milenaria: la acupuntura, la digitopuntura, el quemado de palos de moxa, primos hermanos de esas otras pseudo medicinas que llaman alternativas, la reflexología, el ayurveda y la homeopatía. Todavía a principios del siglo XX no entendíamos el concepto de grupos sanguíneos y aún se recurría a los dioses para que intercedieran por tal o cual que recibía una transfusión de un desconocido. Por otro lado la medicina está en nuestros cuerpos, la naturaleza, la evolución, nos dotaron de un sistema inmunológico capaz de detectar amenazas y luchar contra ellas ¿Contra cuántos virus y bacterias y hongos luchamos antes de que se inventaran los antivirales, antibacteriales, antibióticos y antifúngicos? La medicina moderna es muy moderna y apenas en los años 30 del siglo XX se descubrió la penicilina y 200 años antes Leeuwenhoek descubría apenas la vida microscópica que llamó animalículos y la ciencia se demoró en entender que entre ellos habían portentosos enemigos y en desarrollar sus antis. Aún hoy encontramos de vez en cuando algún peligro microscópico para el que no tenemos control. Piénsese pues que nuestros cuerpos, evolutivamente hablando, estaban capacitados para la lucha contra las agresiones del entorno. Sí, sabíamos escapar de los predadores, recoger alimento, escoger pareja, dejar descendencia y luchar contra infecciones, cortes, golpes, fracturas... quede claro que aquel que sobrevivía a una fractura no quedando inhábil, era aún más fuerte y más respetado. Un prehomínido atacado de una enfermedad no era cuidado en casa, era alejado, si se salvaba o se moría dependía de su sistema inmunológico. En la actualidad dependemos más de la medicina para cualquier resfrío, gripe, herida o síntoma que nos aqueje y no dejamos que nuestro sistema inmune se encargue sino que encargamos a la medicina moderna, aunque no falte el que todavía va a que le recen una fractura o torcedura o pide a dioses el alivio que corresponde al metabolismo propio. ¿Nos hacemos más débiles? Seguro es la medicina la que nos ha ampliado el rango de vida, pero estamos sujetos a creer que sin ella nuestro cuerpo no podrá contra la enfermedad. Está claro que si, durante un ataque cardiaco tenemos la oportunidad de la medicina científica, tenemos más oportunidad de sobrevivir y corregir el impase que lo provocó. La producción tecnificada de alimentos, las conservas, la frescura de la carne que hoy comemos y miles de vericuetos y remilgos frente a la alimentación y la salud, han hecho más débil nuestro sistema inmune. Conozco quien bebe agua de un pozo contaminado o se clava unas lonjitas de carne podrida o cruda y sigue como si nada y he visto bastantes que toman agua del acueducto, se comen una papa rancia y están tres meses al borde de la vida y la muerte aunque sólo sea por hipocondría. ¿Necesitamos pues la medicina? No voy a ser fanático, hay casos en que la ciencia ayuda un montón, pero no le damos a nuestro cuerpo la oportunidad de combatir por sí mismo y es el caso que trato. Los médicos saben que nuestro cuerpo hace remitir a la mayor cantidad de ataques de que es objeto y por ello nos mandan a casa con aspirinas. Si vuelve hacemos análisis menos sucintos o probamos con acetaminofén hasta que se alivie el paciente, se canse de volver, se muera o toque hacerle análisis más profundos. La medicina científica, no otra, es una tabla de salvación para el diagnóstico y la lucha contra enfermedades terribles, la dependencia de ella es equivalente a la dependencia del video juego o del móvil para todas las tareas y, de alguna manera, afecta nuestra fuerza y nuestra capacidad de combate contra el medio. Una reflexión sin más, luego de una charla con un adicto a las pastillas. 

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