Para entender a dios he decidido ponerme en su armadura o en su peplo o túnica y salir a dar un paseo por el mundo. Primero nada de visitas al medio oriente que por allá la mayoría de la gente cree en otro viejo diferente que se hace llamar Alá y ni por el chiras visitar la península indostánica en la que abundan otros creyentes politeístas que no me hacen ninguna gracia. A los romanos y su imperio habré de perdonarlos porque ellos me impusieron como deidad única y eso no tiene precio. Pero la verdad mejor me voy a dar una vuelta por América como en la canción de mi hijo predilecto, más concretamente por Medellín y el barrio Jesús Nazareno que me recuerda a mí mismo que soy yo mismo en todas partes. No se asusten ni les moleste que un poco más de la mitad de los barrios del mundo se llamen como mis fieles o como yo mismo: Santa Teresa, San Francisco, San Jorge, San Bartolomé, San Fernando, María Inmaculada, Santa Cruz, San Fermín, El Carmen, Santa Ana... Eso se nota a leguas como me quieren que hasta a sus hijos los bautizan con apelativos míos y Jesuses y Marías puedo contar en el mundo con una buena tajada. No puedo salir a la calle como yo mismo, así que me disfrazo de lo que más repudian los cristianos: un metalero, pero me niego a llevar símbolos que me perviertan así sean parte de la indumentaria. Empiezo por Cundinamarca y lo que me encuentro es a un gran número de cristianos en la calle, consumidos por los vicios, en medio de la basura, sucios, desharrapados y hediondos. Por mi gracia divina y mi poder sobre las cosas les descargo un rayo que los fulmina a todos en un instante, aunque no paro de hallármelos en cada esquina ofreciendo con voz tétrica: Ruedas, perico, blones: rayos para todos. Me subo a Carabobo al empezar a llegar al centro y me encuentro con un montón de autos mal estacionados sobre el andén, en doble fila y hasta en triple y con mis excelsos poderes, no como en aquella vez del templo que fue a látigo limpio, elimino a cada pazguato con todo y su andamiaje para que quede el paso a los transeúntes. No he pasado dos calles y me topo con que la acera la ocupan los talleres y los mecánicos ambulantes que desarman trastos inservibles y las prueban en la ciclovía y por donde pasar no hay, así que decido borrar a cada uno de esos mecánicos con sus grasientas pintas y a sus estorbos y la calle queda como en las épocas de Belén, limpias de lo desiertas. Pasan taxistas y motociclistas con amplificadores a taco y a todo pulmón que no me dejan disfrutar del sonido de los pájaros y decido borrarlos, a todos, los que tengan que llevar bafle o móvil a todo taco se mueren hoy con un rayo poderoso y envío al mundo miles más de rayos poderosos que vayan cayendo mientras suena el baile: Todo el que prenda un amplificador para molestar la vida ajena que le llueva del cielo uno de estos. Me atravieso Juanambú y aquí los vendedores ambulantes han burlado el paso peatonal, que la calle es peatonal pero los quioscos de ventas han ocupado más de lo que se les asignó y por ello descargo mi furia contra todo usurpador del canal del camino, todo el que tenga una caja de más, un plástico, un colgandejo o una carpa, le fulmino con el rayo divino así como a sus cosas estorbosas, tal cual en el templo de Jerusalén, pero hoy es con rayos fulminantes. No falta el motociclista que me pita detrás, pero a esos no les dejo pitar dos veces porque ahí mismito caen fulminados con sus bellacas invenciones. No me lo creerán pero al final de la calle, ya al salir al parque Botero me pillo un taxista estacionado bajo las escaleras de emergencia del Miguel de Aguinaga y otro que ya se va saliendo de prisa a La Playa por la peatonal y a ambos los fulmino con sus cachivaches. La Playa no es mejor y antes de entrar al Botero me doy una vuelta por Cundinamarca donde los bares tienen su música a pleno volumen y las prostitutas feas y lindas enseñan más de lo que yo alguna vez les puse de una costilla de Adán. Rayos y centellas descargué para desaparecerlos a todos y a todas: putas, putitos, borrachines, raspachines, alcohólicos, gamines, repartidores, vendedores, sacoleros, travestis y cabrones. Todos por igual recibieron el rayo fulminante que los redimió o los envió al infierno. Me devuelvo por la calle lateral del Museo de Antioquia y ahí si me da furia y reparto rayos a diestra y siniestra: al vendedor de antenas que coge todos los canales, al que me ofrece un celular chileno o una cámara fotográfica o al que me ofrece un recordatorio de gordas o una foto de 20.000 como recuerdo, al que estafa con "dónde está la bolita" a las otras 200 prostitutas, a los travestis que se bambolean impunemente, al que se me arrima a ofrecerme bluyines de bodega y almuerzos baratos "con todo respeto", al que me pone en la cara un menú, a los policías que no hacen nada, al rapador que se le ve en la cara, a los 14.000 mendigos y a los que, al lado de sus hijos piden una caridad. Yo no mandé a mi creación a envilecerse. Me regreso a mi cielo por que una sola caminata por Medellín me dieron ganas de desaparecerlos a todos con un diluvio o con una lluvia de fuego. Allá tengo que escuchar cuanta barbaridad me piden, cuanta estupidez aducen y la plañidera es día y noche. Fortuna me da que hace tiempo cerré el consultorio y mi trabajo lo hacen los santos y las advocaciones porque qué mamera ser dios. Cerré el diálogo y ya había dicho yo que si fuese Zeus Tonante o Thor, mi camino quedaría marcado por gente y cosas chamuscadas todo el día, todos los días. ¿Han pensado en ese dios del que hablan ustedes, todo el día recibiendo peticiones de salud, de riqueza, de ayuda, de pésame, de consuelo, de cambio de rostro, de aumento de senos, de marido, de novia, de amante, de un falso positivo? En verdad que no es fácil ser dios.
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