Para iniciar no me refiero a otro ente que no sea mi propio particular y aburrido yo. Pero inicie preguntándome ¿Qué busco en un libro o en lo que leo? Debo empezar por lo que no busco y realmente no busco un libro de superación personal, me aterran los que creen que pueden decirle a otro qué hacer y más, cómo dirigir su vida y cómo encausarla y lo peor, dirigirla. Siempre he dicho que los libros de superación personal son un insulto a la personalidad. La poesía me apesta después de haber oído a tanto poeta inútil en los un mil festivales de poesía con esa cadencia ridícula y monótona; tratando de hilvanar palabras raras entre sí para ocultar un agujero negro de ignorancia; me atrae la métrica, pero no deja de parecerme aburridora y sosa; cuando quiero un poco de métrica, recurro a los maestros del repentismo y me harto bastante rápido. Sexo, a lo Miller o Sade o Mazoch, claro está que la literatura erótica me es ajena, aquella que abunda en las revistas de porno; Miller, el grande escritor de Best Sellers sólo hablaba de eso, y eso atrae en sus libros, pero no más allá que la página pornográfica y la foto sensual que una evocación requiere. Si de escribir se trata, también me aterran los que se pasan cuatro páginas describiendo la mancha de grasa en la pata de una mesa o en el querido paisaje de nubes abigarradas en un abrazo cósmico que sutura el cielo con perlas isabelinas... Eso y la poesía de la que hablo en mis inicios no difiere demasiado. Un gran experto en esos temas, y que no digo que no sean entretenidos, fue García Marquez y Carpentier y... Tantos que escriben con afán de rellenar miles de páginas de basura intelectual, sin llegar a un sitio claro, concreto, sin decir nada útil o bello (de la utilidad se desprende la belleza -puro pensamiento D'Vinciano-). De aquellos libros científicos o sociales cuyas maneras son limitadas para llevar el pensamiento al público me aterran los que son incapaces de bajar el lenguaje hasta la altura del vulgo, pero disfruto la técnica y el saber: Asimov, Lewis, Rosseau... Realmente la literatura religiosa la he revisado para tener datos sobre diversas cosmogonías, me fascina la mitología de cada continente y me ha permitido hacer y ver comparaciones con la cosmogonía de turno en el país que habito: la intachable, genuina y auténtica religión cristiana. Por lo demás, ninguna novela religiosa, cuento, revista o publicación que base sus derroteros en religión, llámese como se llámese, no me interesa. Me gusta la ciencia y leo artículos sobre lo nuevo y lo viejo y sé cuales son los nuevos materiales o las nuevas máquinas o los nuevos desarrollos en diferentes áreas... Eso es deber del intelecto para no quedarse apretujado en el pasado. La ciencia ficción la visité hará pocos años y, aunque no me dejó un mal sabor, no creo en ese estilo rebuscado y a veces repetitivo, robots que destruyen la humanidad o se vuelven inteligentes, zombies, viajes en el tiempo, nano cuerpos... Asimov, Hawthorne, Clarke... Hay una literatura que se me escapa y es la fantástica con tendencia o visos de realidad, pseudo ciencia sería insultar a la astrología, pero ahí cabe ella también, astrología, adivinos, mentalismo, y libros épicos que retuercen las historias -ya falsas de las cosmogonías- y las tergiversan en mi mente, no me apetecen: Benitez, Berlitz, Gallet, Tolkien... La literatura de ciencia Ficción y la de suspenso no me parecen un modelo de réplica para mis gustos, el abuso de los demonios o de algo que se le parece como en Lovecraft, el recurso de la oscuridad y del mal no me apetecen o engloban, sin decir que no me he entretenido con algún que otro clásico de Poe o de Jay. Basta ya, me atraen la simpleza expresada en términos complejos, variaciones simples de lo mismo que yo pienso, expuesta por otro ser, es decir, cuando leo, leo a mi hermano gemelo, a mi alma perdida y no leo más que aquello que fortalece mi espíritu y realza los vericuetos de mi mente, lo que me afila para la batalla y lo que me prepara para enfrentar el día de mi muerte sin las asechanzas de la religión.
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