La vivacidad obliga a decir cosas que nadie quiere oír. La indiferencia cuesta lágrimas porque decir esas cosas no es necesario más que a la razón de no querer parecer uno más de la tribu. ¿A quién le importa si me gusta o no el fútbol y si me siento o no a ver un partido del mundial? ¿De qué sirve que replique el robo y el engaño de unas elecciones donde los opositores quedaron felices porque sacaron la votación con la que se subió otro líder a la presidencia? Y prepárense, guarden sus camisas de votantes y siéntense, que ahora los canales les pasarán los goles. De nada. Me respondo a mí mismo. Pero esta vivacidad, esta enjundia, me obliga al papel y al insermo. Advertí del ganador de estas contiendas y puse sobreaviso las apuestas ganadoras de las familias dueñas del país. Supe de antemano que Colombia como equipo no ganará el mundial y que su presentación, buena o mala, resultaba una verdadera pared de ilusiones para ocultar el dolor de lo que va a pasar en los próximos cuatro años y en los siguientes cuatro y en los de más allá y así in saecula saeculorum... No es que los demás no vean el problema, es que a los demás les parece insignificante el problema o simplemente sabiendo que la solución es imposible, se entregan a lo trivial. ¿Qué más da, sabiendo que siempre seremos unos condenados pobres por deseo de los gobernantes, embebernos en la fiesta del mundial y comprar camisetas amarillas para apoyar al equipo, publicar lo mal que hizo en el primero y lo bien que hizo en el segundo? tampoco vamos a alterar las variables de su presentación, pero hablando de ello y contando de las probabilidades del próximo encuentro, sacar cuentas de como pasar a segunda vuelta y repetirlo a voz en cuello mientras se grita un hurra por "los nuestros" y se "siente" que por lo menos esas alegrías no pueden robárnoslas en las urnas. Alegrías ficticias y de nuevo vendrá el torneo preselección y el campeonato para estar en el campeonato y las otras elecciones y... Gol en el campo... No aspiré a nada y me niego a entrar en el juego de la mayoría. Me importa un pepino que todo un país se esté jugando "el honor", que todo un pueblo esté sudando mientras yo, indolente, escribo en contra de toda emoción patria y aún en contra de toda institución patria. Me importa una alícuota el sueño de campeones, que es solo eso, sueño y la ilusión de disputar una copa del mundo. Mientras la derecha se alía con la izquierda para seguir controlando el país de los hebetados y preparar el próximo asalto. ¿Tengo yo la culpa de haber perdido toda esperanza en los dirigentes del país, tengo la culpa de no creer en sus "revoluciones" agrarias, en sus paces fingidas, en sus perdones y olvidos, en sus nobel de la paz, en sus agroingreso seguro, en sus contratos de carrusel y en sus obras mamotréticas para encubrir otros elefantes blancos? ¿Tengo la culpa de sentirme defraudado por lo que pienso se debe hacer en contra de y en pro de, conociendo la teoría de la revolución y la simpática anarquía, e incluso queriendo que cada uno sea independiente y no que sigan al independiente? Abuso de mis aptitudes... Quiero que cada uno piense, pero no acepto que piensen como la mayoría... Debería estar curado con eso. No evitaré que la gente sienta el deber de patria al oír que su equipo juega, ni evitaré que las mayorías voten por lo mismo de siempre, pero siempre me queda el deber de expresarlo. No para los demás, para mí y esto es constancia como lo decía mi querido maestro: "Frente a la iniquidad se da la espalda y se deja constancia". Aún me queda por preguntarme, ¿A quién se le ocurre que mis ideas dependan de un grupo? No pienso en grupo, pensar en grupo es para el público, es porque pienso solo que doy un resultado del que yo soy único responsable y es porque pienso solo que me siento tan alejado de los pensamientos rituales de la abominable masa. Yo critíco todo y a todos. No me queda más aliciente en mi apática y solitaria vida. De nuevo, perdonen lo bueno, lo malo ha sido con mucho gusto.
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