Pues debe ser poca la gente que se quiere morir y menos los que quieren matarse, salve los desahuciados que sufren dolores insoportables y uno que otro adolescente enamorado y plantado por su primer amor y bueno, algunos que luchan contra el instinto y se arrojan de una gran altura o se matan con un arma o le alzan un altar a los Borgia. Matarse va contra el instinto y eso lo hace atractivo y siniestro a la vez, mucho se ha hablado del suicidio y hasta yo en mi juventud preparé un manual práctico para burlarme de tal hazaña ─aún pueden hallar copias en PDF, aunque me dice Camilo que habrá nueva edición este año─ y ¡ah si me reí escribiéndolo! De todas maneras el afán de hoy es pensar en la muerte, no en el suicidio, en como habremos de abandonar este valle de lágrimas, obvio que mis oportunidades de morir en un accidente crecen desde que manejo un vehículo de dos ruedas y pese a que mis amigos juran que conduzco como una viejita, abuela de otra de la tercera edad. Esa posibilidad existe y es terrible esperar que nuestros huesos sean triturados por otro vehículo y que perdamos la capacidad de caminar o de movernos en un espantoso y doloroso accidente de carretera. Aún esa muerte, si se da, es rápida. Pero alguno ha visto la muerte más cerca que eso y la más terrible de todas es la muerte por vejez, claro que la muerte por una enfermedad como el cáncer o un paro cardíaco o una trombosis letal no dejan de ser extravagantes y espeluznantes, pero cuando van acompañadas de la vejez, del lento trasegar de la vida, del momento en que las enfermedades se suman por falla generalizada de los órganos, que el hígado está desecho, que los pulmones son incapaces de admitir el aire por culpa de 50 años de cigarrillos, que el cuerpo no produce insulina, que los trigliceridos y el pan, que... Ver acercarse lentamente a la muerte y sentir como el cuerpo es incapaz de recuperarse de cosas simples que en la juventud eran un juego de niños, es la más terrible de todas las expectativas, claro que todos tenemos esa cita con Tánatos y si es en la vejez, el inevitable encuentro será con las Keres. Pienso ahora en la muerte y no sé donde habrá de sorprenderme, pero no me halaga, no me inspira, como cualesquiera en esta tierra me encantaría que tal muerte fuese rápida, de un tajo y que al momento de tal, las condiciones mentales aptas para el raciocinio no me hayan abandonado. Ver morir un anciano en la locura, en la más completa desesperación de no poder controlar sus funciones más íntimas y en la completa sumisión a sus guardianes y carceleros. NO. Pienso en la muerte por falta de oxígeno o por la incapacidad misma de admitirlo en la proporción en la que se encuentra en el aire, en ser incapaz de dar dos pasos antes del cansancio absoluto o en tener que tragar miles de pastillas y aerosoles para paliar la enfermedad que irremediablemente habrá de llevarnos a la tumba. Pienso en una apoplejía ─V.V. temía la pérdida del control de su prodigioso cerebro─ que termine con mis deseos de despotricar contra la humanidad y mis placenteras tocatas donde los asistentes gritan a voz en cuello los nombres de mis canciones. ¿Perder la capacidad de ir en contra de la humanidad? eso no está bien, esa no es una perspectiva halagadora, enloquecer y pedir perdón por mis difamaciones y mis conclusiones con respecto a la humanidad o sentirme, como muchos, equivocado y arrepentido ¿bajar la cabeza y perder el orgullo? NO. La llegada de la pérdida de memoria o el Alzheimer, la completa desaparición del yo, fundido en un mar de movimientos que impiden nuestra correcta alimentación o nuestro paso y la desaparición paulatina de la memoria combinada con períodos intensos de violencia contra las personas cercanas a nosotros; esos mismos carceleros y guardias que esperan nuestra desaparición para evitar el tener que hacerse cargo nuestro. NO. El mal del cáncer te carcome, te acusas de ser un idiota y no haberte revisado para paliar la enfermedad, pero sabes que te mientes, es más penosa la recuperación y el dolor y tener que pasar por los pasos de Kubler ross y ofrecer el espectáculo que todos quieren ver: tú caída moral, tu derrumbamiento. NO. Si puedes darte el lujo de un hospital, encontrarte postrado y a merced de las visitas y las bufonadas de doctores y enfermeras. ¡qué deprimente es la sala de un hospital y todo lo que conlleva! ¡qué triste tener que pasar los últimos días en uno! NO. Los dolores, los brazos y los pies hinchados, las articulaciones falsas incapaces de soportarte, el semblante adusto, la certeza de que cada vez está más cerca la parca o la inocencia de ello, ¡maldita sea! la vejez es una enfermedad terminal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario