Si el viajero tuviera que decir por que prados anduvo mejor sometido a la gallardía de un autor, tendría que tocar imprevistamente series muy alejadas: "Un mundo feliz" de Aldous Huxley que me improvisó el mundo de hoy por hipnopedia y acertó en predecir que cada alfa y epsilón fueron y son entrenados para ello. "Sobre la desobediencia civil" de Henry David Thoreau, no me enseñó, me confirmó, que un hombre que se constituye contra todos los demás ciudadanos es la mayoría de uno y que no debo ser tratado como miembro de ninguna sociedad a la que no me haya previamente inscrito y eso le cuadra a la sociedad misma. De Fernando Pessoa y su "Banquero anarquista" comprendí el sentido mismo de la verdadera acracia: "tan malo es el dinero como el estado" y hay que derrotar y oír todas las teorías antes de asegurarse de adoptar una doctrina. De George Orwell no puedo dejar de pensar tanto en "1984" donde volví a sentir que se hablaba del presente y donde concluí que no puede sino seguirse al partido: "terminaré creyendo las consignas del partido, la guerra es la paz, la libertad esclavitud, la ignorancia es fuerza, la ignorancia es paz" y de "Rebelión en la granja" el malhadado concepto del poder absoluto y de la capacidad para erigir o cambiar reglas en leyes y mandamientos, sin olvidar que yo fui Benjamín en tal obra: obstinado, incrédulo y con ganas de cantarle a todos su tabla. Alfredo Iriarte en "El jinete de bucentauro" que me resumió todas las dictaduras del planeta tierra en un solo texto y con dos personajes típicos: Tolentino Zunzunegui Antúnez y Sardanápalo Armentero y Topete; Idi Amin y Bob Astles; Fidel y Raul Castro... "Ibis" de José María Vargas Vila que me inculcó la sátira y el amor al cinismo, ay, y también la tragedia, en él fui el maestro y Teodoro a un tiempo, tal como lo pensó el mismo Vargas Vila. Y tal vez, aunque ya dije que todos sus textos son fascinantes, debería mencionar a "El minotauro" donde aprendí que: "En el mundo habrá hombres ateos, nunca pueblos ateos, en el mundo habrá hombres libres, nunca pueblos libres, yo soy libre y soy ateo, acepto mi derrota y la desprecio". "El extranjero" de Camus, donde no pude dejar de ser Mersault y morir con él después de desahogar la ira contra María y contra el sacerdote. En "Las venas abiertas de América latina" de Eduardo Galeano comprendí cuan lejos llegó la fingida conquista y cuanto robaron, para mencionar solo Potosí, Zacatecas, Sucre y Ouro preto y, con cuanta crueldad reprimieron y suprimieron al valeroso indio Galvarino del que habla "La araucana" de Alonso de Ercilla que ofrece su mano, su otra mano, su cabeza y su desdén al corte de la espada y al que debo citar en este viaje: "Segad esta garganta, siempre sedienta de la sangre vuestra, que no temo la muerte ni me espanta vuestra amenaza y rigurosa muestra y la importancia y pérdida no es tanta que haga falta mi cortada diestra que quedan atrás muchas esforzadas que saben gobernar bien sus espadas. Y si pensáis sacar algún provecho de no llegar mi vida al fin postrero, aquí, pues, moriré a vuestro despecho, que si queréis que viva yo no quiero, al fin iré un tanto satisfecho de que a vuestro pesar alegre muero, que quiero con mi muerte desplaceros, pues sólo puedo en esto ya ofenderos." Hasta el indio ya viciado y vicioso, torpe y temeroso que crearon los conquistadores a punta de fe y látigo de "Huasipungo" de Jorge Icasa. Ambrose Bierce me dejó atónito con sus definiciones cínicas y precisas en "El diccionario del diablo" y cito sólo dos para ilustrarlo: "Límite: Línea imaginaria entre dos naciones que separa los derechos imaginarios de una, de los derechos imaginarios de la otra." Y "Nacimiento: El primero y más horrendo de todos los desastres". Fernando Vallejo con su trabajo investigativo sobre la religión cristiana en "La puta de Babilonia" y su espeso cinismo cuando afirma que "el niño cristiano de hoy es un simio imitador". En "Memorias de Adriano" Marguerite Yourcenar me complace contándome, con realismo y decepción, la vida del emperador romano y para muestra esta perla: "He llegado a la edad en que la vida, para cualquier hombre, es una derrota aceptada. Decir que mis días están contados no tiene sentido; así fue siempre". Hubo un libro muy especial para mí, donde encontré tal vez mi camino y que puede explicarles la G y la P: Giovanni Papini: "El diablo" que maestría, que osadía, que gran libro para entender el alma humana y que gran guía fue ese Gog que me llevó a conocer las almas más engañosas del siglo XIX. Me detengo sin confesar a Yuval Noah Harari, pues a él le dediqué cinco espesos apartes en estos insermos...
Yo siempre he pensado que un pensamiento es un pensamiento y que la profundidad del mismo sólo depende de él mismo y por tal he citado a muchos escritores que no son científicos ni filósofos ─no sólo aquí sino también en mis reyertas universitarias─ pero que me han hecho aprender con sus monsergas, aún así, quise separar a estos monstruos educativos... De Charles Darwin y su magistral obra comparativa en la que afirma y sigue la evolución de las especies, la acumulación de pruebas y la erudición del interpelado para empatar especies y comprender su evolución en "El origen de las especies" y de Konrad Lorentz la magistral historia de "Cuando el hombre encontró al perro". En "Sobrevivir" y "En la vida amorosa de los animales" encontré razones para que el animal humano fuese tratado como animal y las explicaciones de algunos de nuestros miedos y accionares más arraigados de Vitus Droscher . Y, en "El mundo y sus demonios" Carl Sagan ofréceme razones para desconfiar de los abducidos y de los mesías. Isaac Asimov me ofrece teoría e historia del cosmos en "El universo" y Stephen Hawking que me enseñó como se cocinó el universo sin necesidad de dioses en "La teoría del todo" y en "Una breve historia del tiempo". Renato Descartes me enseña que "cogitare no es para no existentes y el implacable camino que debe seguir la ciencia, no para sentirse segura de sì misma, sino para ofrecer algo decente en que cogitar, es una alegría su "Discurso sobre el método": "las pseudociencias me inspiraban menor crédito si cabe; las conocía lo bastante para no dejarme engañar por las promesas de un alquimista, ni por las predicciones de un astrólogo, ni por las posturas de un mago..."
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