¿Saben qué? ahorita salí al centro de Medellín y me acordé de haber leído esa compilación publicitaria dirigida a escritores sin oficio que llaman Medellín en cien palabras. ¿Es imposible sentarse a describir en cien palabras cualquier lugar del mundo? Obvio no, aunque supongo que ahora con lo de la aldea global todos los lugares se parecen más que ayer y basta con emplear una o varias palabras de grueso calibre para renombrar la madre patria que nos vio crecer, el terruño donde se deshicieron todos nuestros sueños y donde habremos de morir indefectiblemente por firme ley de la parca como diría mi amigo Escorcia Gravini. De todas maneras no sé si sea Medellín, me imagino en Mumbay o en Sri Lanka, en Bangladesh o en Nueva Delhi... Apenas cruzo la primera calle me encuentro con varias docenas de prostitutas que ofrecen los mil placeres y los "cuatro servicios" y algunas de ellas, son ellos. Sensuales y directos que te mandan la mano sobre el pantalón para provocar la erección que les garantice el desayuno o el bareto. Desde la calle 58 hasta un par de cuadras antes del parque de Berrío, se ubican los quincalleros a los que les arrebataron ese elefante podrido que fue el bazar de los puentes y que habían convertido en olla de vicio y sede de atracadores y mafiosos. La delincuencia organizada cobró allí nuevo sentido. En la quincalla hay lo que todos saben, basura de uno que se vuelve basura de otro y las cosas más inverosímiles, muchas de ellas, fruto de la última noche de trabajo de algunos. Al lado izquierdo hay siempre cuatro o cinco chazas en cajas o ya mejor instaladas donde se venden todo tipo de celulares reseteados pero sin cargador y en perfecto funcionamiento, también fruto de la última semana de trabajo de los socios en comandita del local. Siendo un sábado en la mañana ya hay borrachines en los bares de Juanambú y chicas que les ayudan a beber y que cobran por trago de agua. En la calle regados sobre el paseo peatonal, los verduleros te ofrecen el producto nacional, pero no vaya a llegar a la casa porque de los cuatro aguacates aprovecha uno que no está podrido o negro por dentro y de la yuca "tan buena" que le vendieron no consigue sino palo y sabor a vidrio. La sagrada Policía nacional ha separado cuatro calles del centro de la ciudad para evitar la delincuencia común y proteger las gordas de un artista famosísimo que ya no vive en el país o que a la mejor ya murió pero del que no me interesa saber nada. El centro turístico donde traen a los bobitos del primer mundo y a los listillos del tercero para hablarles en un inglés paisa mientras ellos, vestidos de turistas, se toman fotos y miran con curiosidad la fauna que no es de gordas de bronce, por que la prostitución en Medellín es desde Bello hasta La Estrella. Algunas niñas que no superan en la escala Tanner el dos o el tres, ofrecen las mismas delicias para infractores de la moral, nacionales o no. A la vuelta, dentro del cercado están los artistas callejeros, acreedores del Óscar, que juegan al trile mientras engañan bobitos que le apuestan a la bolita, pero que están prestos a escapar si aparece la "tomba" y mientras tanto en el tumulto van viendo quién saca dinero y de dónde, para extraerle los billetes con sigilo al menor descuido o mientras atisba donde deja el mago la bolita. Al lado hay un indio con penacho que dice doce verdades sobre el tomar agua y sus beneficios, pero que le da vueltas y vueltas a la cuestión mientras se forma un grupo de ingenuos a los que va interrogando de a uno "¿Toma usted agua señor?" Al cabo de los miles cuenta un secreto que nadie conoce pero que él va a revelar por nada y enseña la poderosa loción que lleva para que los hombres recuperen su virilidad. En el otro un señor de etiqueta y ataviado con micrófono y amplificador de diadema, demuestra como la televisión puede mejorar y ser captada sin pagarle a nadie, con una minúscula antena que apenas vale unos pocos miles del devaluado peso nacional. Como por encanto se te para un hombre con un cartel al frente y te sigue varios metros mientras te ofrece almuerzos que en el dibujo se ven hasta aceptables, insiste e insiste hasta que lo miras feo y te detienes encarándolo. Ahí es donde vemos la amabilidad paisa. Igual va a pasar por las siguientes 10 calles donde te asaltan de cada restaurante, tienda, mall, retacería, bar o juguería los voceadores de turno: ¿Qué desea señor? ¿Qué talla de ropa busca? ¿Cómo la busca? sólo les falta arrastrarte hasta el local, sentarte y obligarte a comprar y a pagar. Más adelante y durante todo el trayecto que resguarda la policía con tanto celo están los otros que vocean: ruedas, blones, bareta, rocas... Dentro del cerco, en cada almacén se oye la misma charla: "eso le queda muy bonito, son los únicos que me quedan, aproveche, para usted le doy precio especial, ¿finos? claro es lo mejorcito que se puede conseguir." En el piso encuentras mercancías regadas que parecen de verdad, relojes, secadores, cámaras, teléfonos celulares, patinetes eléctricos. Los vendedores se acercan y te ofrecen precios de ayer y dicen que es importada pero que esta mercancía no paga impuestos, que aproveche, que se agotan, que es la misma del Sanándresito. En la misma dirección, una cuadra más abajo hay vendedores de golosinas que te ofrecen chuzos "de cerdo" por cuotas módicas con "jugo" de lo que quiera y se me olvidaba que junto al hotel más cachazudo del centro, al pie mismo del Nutibara, pasan unos carritos de supermercado, ataviados con unas señoras gordas, repletos de comida que te venden 100 de frijol, 100 de arroz, 200 de jugo, 500 de chicharrón, 200 de sopa... Bajo el metro hay cambalaches y ventas mil dirigidas por señores de la tercera edad que te muestran un reloj, un anillo, una escarapela, un saco o un par de zapatos y hasta uno solo. No dejo de pensar que de allí llevaba mi padre algunos de sus regalos para alguno de sus seis hijos o para su esposa porque mi madre siempre se quejaba "Eso de segunda" a lo que mi padre respondía estrellando el producto contra el suelo. Desde el centro mismo de Medellín, La 50 con 50, te puedes encaramar a la estación del Metro y ver desde allí los sobadores, los cosquilleros, los simuladores que son expertos que te pegan un empujón y te dejan sin billetera o sin teléfono celular. Puedes ver los gavilleros que se acercan en grupo a un ciudadano y lo controlan mientras otros le revisan y saquean los bolsillos. El de la carreta del borojó y el chontaduro al lado de la tienda de ostras que prometen un rejuvenecimiento de las partes nobles con la señora o con la amante "el tumbacatres" gritan "Entran uno y salen dos" lema del pueblo paisa que sigue a pie juntillos la ley del señor "creced y multiplicaos". Díganme lo que quieran, pero esta ciudad si se puede recrear en cien palabras aunque no diga nada de ella. Medellín es la ciudad de las mentiras, la ciudad del engaño, donde a cada paso te quieren asaltar en tu buena fe, donde todos te halagan mientras te clavan un puñal por la espalda o se apropian de tus pertenencias, la viveza paisa consiste en el robo de sus mismos conciudadanos y la de todos los demás, donde te cobran un impuesto extra de seguridad para protegerte de la policía y de los mismos que cobran la seguridad, ¡ay Medellín! el único que quería estar a solas contigo se fue hace 10 lustros. Ahí tienen sus cien palabras.
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