sábado, 3 de agosto de 2019

Ego

Si me ponen a hablar no me callo y sé lo absurdo que resulta en mí hablar de ego. El ego es un componente esencial de la persona, hasta el más burdo y simpático atarbán tiene un resto inmenso de él. La cocinera y la prostituta lo tienen y hasta el niño que se muere de hambre en Namibia les muestra a sus compañeros de infortunio como se alimentó de orina fresca en la mañana. La niña del servicio jura que es una de buenas con los trabajos y que hasta algunos novios ha tenido de manera personal e íntima entre sus patrones. La vestal más impura racionaliza que los dos trabajos de la mañana fueron suficientes y no hay dama que no se resista a hablar de lo bondadoso de su novio y de sus virilidades únicas. ¿Quién no proclama la hermosa vida que lleva, la buena suerte, el amor y mil banalidades más de las que se ha rodeado toda la vida? En secreto añoramos poseer más que el otro, ser tan ricos como el Emir y tan pródigos como él. Deseamos la mujer del otro ─por eso la religión tiene mandamiento prohibitivo─ la juventud del otro, la suerte del otro, la paciencia del otro y la lozanía del otro, pero reconocerlo con envidias no quita que nuestro ego surja y proclame una unicidad estúpida que sólo abunda en el ser humano. No verás un águila acongojada por no atrapar a su presa, ni a un león jactándose de las veces que le ha salido bien la caza. Freud definía el ego como una entidad que se enfrentaba con la realidad y que hacía parte del proceso de lidiar con ella y mediar o hacer disputa, entre el ello y el superego, pero no me ocupan hoy las conclusiones de una ciencia que no amo, demasiado ambigua para mi gusto. Yo no quiero explicar el ego y dudo que se relacione siquiera un poco con el ego Freudiano. Yo hablo de esa manía que tenemos todos de creernos el galán de la película y el gallo más rudo del gallinero, el gigoló empedernido y el non plus ultra de nuestra raza, No dudo que la evolución colocó eso ahí por alguna razón y lo entiendo como un mecanismo evolutivo que permite mostrar ciertas capacidades ─falsas por cierto─ a nuestras posibles parejas para que ellas determinen la validez de nuestras hazañas o la calidad de nuestra carga genética. Ser capaces de emular mimetismo batesiano para ahuyentar posibles competidores es una muestra evolutiva del carácter y, claro, de la supervivencia y del traspaso de genes. De todas maneras ese mismo ego, caracterizado por una idolatría hacía sí mismo o a sus piececitos, trae una increíble cantidad de contras. Sin ese ego no pelearíamos con nadie en la oficina, ni gritaríamos para imponer nuestra voluntad, sin ese ego no nos importaría el ganador o el más apto y sin ese ego las guerras serían una completa estupidez. ¿Para que pelear o vencer? ¿de qué sirve que otro sepa de tus fracasos o de tus victorias? ¿para qué victorias? La competencia sobre quien tiene más la gana Forbes y el auto más lindo o la casa más linda no son los tuyos. ¿Estás resignado a eso? claro, engaño evolutivo para evitar que destroces por completo tú mundo. ¿No has oído lo feliz que es manejar un taxi o lo bien que se siente ser vendedor puerta a puerta? El ego que nos obliga a decir tales pendejadas es el mismo que nos mantiene la cadena en su lugar y el que nos enfrenta con otro por mantener tal puesto: "¿Compraste la calle? No, pero bajáte para que la negociemos". Lo importante es decir la última palabra y dejar callado a todos, lo que revelará mi condición de macho alfa, gritar y usar dos o tres vocablos impropios, golpearse el pecho y mostrar los dientes como un gran simio, rugir como lo haría un león, hincharse como haría un sapo, salir dando un portazo... Sí, lo que acabo de describir es la forma en la que un animal defiende su territorio, su presa y su pareja ¿le recuerda algo? Por lo mismo sólo algunos vencen y se sienten orgullosos de eso "cada cual tiene su manera de enfrentar la vida" y "No todos nacimos pa'bonitos" y quienes logran escalar posiciones se instalan en sus rocas a devorar presas con orgullo hasta que la nueva camada presente sus respetos y le rete como dueño absoluto. Nadie vence para siempre y no por eso haremos una tregua. Se está en la posición de León hasta que la fuerza desfallezca y nos vamos. Yo no hablo del león, ni del simio o del sapo, hablo del ser humano. tan parecido y siniestro, con un ego que le barre las calles al pasar, le allana las condiciones más ínfimas y le facilita el no ser el perdedor que es. ¿Provoca guerras? obvio, un espíritu megalomaniaco va hasta las últimas consecuencias y no necesito ejemplos. Pero la pregunta es ¿cómo manejar ese maldito ego? Hay casos, y muchos, en los que sin él estamos desarmados y pisoteados ─el caso de tener manejo de personal, alumnos, dirigir una empresa ¿me captan?─ vencidos y lo más probable es que desplazados, pero y, ¿a los otros que? la indiferencia es la respuesta. ¿Se preocupa el león por los mosquitos? ¿Teme la mar ser devorada? ¿el fuego se amilana ante el acero? Lo dudo y el gran problema surgido, es que las respuestas de nuestro ego, surgen del miedo que le profesamos a quienes nos enfrentamos, del miedo que tenemos de ser sustituidos, de darnos cuenta lo desechables que somos, lo fáciles de reemplazar, lo nimios, lo efímeros...


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