Trataba de acomodar unas lucubraciones en torno a las discusiones que pueden llevarse a cabo en un ambiente apropiado de charla y compromiso y me encontré con una reflexión diferente, me puse a mí mismo frente a un chamán o un mago o un ilusionista y traté de explicarme, gracias a la ciencia, ¿cómo realizaba cada acto circense? La habilidad de adivinar una carta, de hacerme pensar en un martillo rojo, de sacar una carta de mi billetera que previamente había marcado con una firma infalsificable. Lo mismo pasa cuando vemos desaparecer un elefante o atravesar un muro o incluso que aparezca un nudo por arte de magia. La ciencia me advierte que no existe la tal magia y en ese sentido es una aguafiestas, pero yo no dejo de maravillarme con la capacidad del "mago" para usar la ciencia y la psicología a su favor. El caso es que también me puse en la piel de un judío de hace 2050 años aproximadamente: analfabeto, pobre, torpe y voyeurista que caminaba las calles de Capernaum, tal vez mendigando o en la rebusca de un fardo para cargar o, ¿por qué no? esperando un ingenuo que se deje estafar o una cartera mal puesta ─una bolsa en este caso─ para aplicarle la carrera del raponeo o un burro mal estacionado y sin candado de clave para hacerse el día en la calle de los "desguaces". En fin que se me ocurre que de lejos aparece un corrillo y allí precisamente voy a dar, acá es donde funciona aquello de voyeurista, y me acerco para ver si en el tumulto encuentro una bolsa sobrante y claro, para ver de qué se trata el alboroto para replicarlo en alguna oportunidad en que la necesidad tenga cara de perro y allí, en el medio, está una figura algo hippienta, vestida en harapos o desvestida en harapos, como se prefiera, con la cantinela de una salvación. Nada raro por aquellos días en que el PIB andaba por el suelo y el salario mínimo aún no daba sus primeros frutos, e incluso con los decretos del emperador, los fracasos de la policía montada en camellos, los edictos de Heródes y las malversaciones de fondos de los levitas y de los honorables miembros del Sanedrín. En fin, el greñudo, está escupiendo en el oído de uno de sus secuaces y diciéndole "Effatha" y de pronto el compinche grita: "Oigo, es un milagro, oigo" e inmediatamente la gente se persigna, ah no perdón, todavía no existía ese pase mágico, perdón de nuevo. La gente se asombra, pero la reacción mía, recuerden que estoy cumpliendo el rol de analfabeto, es pensar que algo tiene ese señor de raro y me doy a la tarea de averiguar más de él y de seguirlo y aparte de verlo lavar dos mugrosos a punta de escupas y dejarlos como nuevos y con la complacencia del público que juraba que eran leprosos incurables, me llega el chisme de haber repartido tres peces y dos panes entre una multitud ─lo mismo que hacía mi mamá en cada comida─ de hambrientos, haber convertido el agua en vino, que eso lo hace cualquier egresado de química de la U. de A. Y hasta resucitar un par de catalépticos. La noticia no me consterna, pero en definitiva yo no pienso que sea un "elegido" au contraire mon ami, lo que se me ocurre es que este hippiolo anda en alguna cofradía satánica, aunque ahí estoy un poco desfasado en cronología, pero no sé a quién se le ocurre que unos son milagros y los otros actos del demonio. Lo que se me viene a mí a la cabeza es "El martillo de las brujas". Sprenger y Kramer se hubieran deleitado horneando a este santículo capaz de curar en sábado y blasfemar contra los vendedores del templo, aunque falten siglos para que un grupo de desalmados defiendan sus milagros contra esas bellas mujeres y hombres que dominaban el arte de la brujería. ¿Qué tiene de diferente la brujería y el milagro? que uno es aceptado por la santa madre iglesia y canonizado y el otro pasado por el hornillo de "la congregación para la doctrina de la fe". De todas maneras yo en esa época estoy pasmado y sin palabras y en un acto de salvación, salvarme de tener que robar sin arte y raponear con mi asma, es decir, para no morirme de hambre, me uno al ejército mercenario que acompaña al judío hermoso y me nombran Jacobo, el décimotercer apóstol. Luego de pasar un tiempo con él y seguirle las locuras de andar predicando cual evangélico o testigo de Jehovanny, puerta a puerta o de choza en choza o de aldea en aldea ─no me pidan fidelidad histórica que yo estaba soñando─ decido abandonarlo para formar mi propia secta y alcanzo con complacencia a sanar uno que otro compinche y lavar tres o cuatro roñosos y hasta a hacer creer a más de uno que no sólo caminé sobre el agua si no que levité sobre ella, la cuestión del vino se me demoró, pero les hice desenterrar tres tinajas que quince días antes había puesto a fermentar e igual se tragaron el cuento de la "transformación" del agua en vino y, aunque no dispuse de un matrimonio en Canaán, apenas una reunión de beodos reconocidos, no tuve la fortuna de un buen historiador y además me negué a rebelarme contra las instituciones establecidas, que es mal negocio ese, por que se inventan una razón para pasarlo a uno al papayo, aunque creo yo, en esa época se pasaba era a la zarza, y al final caigo en la cuenta que lo que hace tan famosa a la religión cristiana no es más que la burda y llana publicidad. Si. Nietzsche afirmaba que si el nazareno no hubiese sido crucificado, la religión cristiana no pasaría de ser una secta y que si a ese cristícolo no le hubieran hecho sufrir ─por lo menos en el papel está escrito eso de que sufrió─ Chusmael ─hipocorístico de Jesús Ismael─ no habría ni siquiera superado la centuria con su leyenda. Concluyo aquí mi reflexión y mi sueño y me atengo a las consecuencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario