Hace muchos días no caminaba tanto en el centro de Medellín y sus alrededores. La primera culpa de esa caminata extrema la tiene la celebración de un festival sobre flores cuya emisión lleva años y ya no lo para ni el de Aguadas Caldas y es que cierran media ciudad o ciudad y media. Decidí llegar a un evento no relacionado con aquella fiesta de la que hablaba, por la vía fácil, ya que un taxi nos abandonaría en cualquier parte por el caos de tráfico que, ya existiendo en grado extremo, crea la fiesta susodicha y tomé en el metro de Medellín hasta la estación Industriales que da a la calle 30 con Carabobo o sea con la carrera 52. Desde allí debía desplazarme hasta la carrera 76 con calle 33. En términos claros una media de 24 cuadras en dirección este y 3 cuadras en dirección norte. Eran las 7 de la noche. Caminar no es malo y por mi desaforada persona no me preocupo, pero llevaba conmigo a mi guía, como quien dice a Natalie, pero esta no era rubia y si era princesa y no se vislumbraba un sitio seguro por los arrabales por donde pasábamos, a cada rato te asaltaban dos tipos desde una moto mirando si eras o no presa fácil o sospechosos caminando en tu dirección con un bareto en la mano o cuatro personas recostadas en el piso de esas que llamamos desechables. Pasamos por callejones oscuros, por un aeropuerto sin luces, por calles marcadas de basura y coches en contravía. Un desastre ambiental y otro de seguridad. ¿Agentes de seguridad? Ninguno. Tomamos por avenidas y circunvalares que nos alejaban unos pasos de la vía principal y en verdad estuvimos a punto de tomar al oeste en más de una ocasión por desconocer en que sentido aumentaban las calles. Luego de caminar por cerca de una hora pudimos ver al fin la dirección indicada y muy cerca la carrera que nos importaba. Aunque debimos saltar un par de prados de urbanizaciones solitarias y algunos perros ladrando, alarmas que se encendían a nuestro paso, lámparas que te iluminaban al pasar por un determinado espacio y gente más perdida que nosotros que tampoco sabían donde se encontraban ellos, ni nosotros. Viajaba solo con la princesa galáctica y llegamos al club donde pasaríamos las siguientes seis horas ocupados en menesteres sin mayor importancia. A esas que después de terminadas las labores en aquel sitio fuimos invitados a un lugar cercano y nos desplazamos como en los viejos tiempos, en bandada, con un frente unido en busca del lugar deseado y una retaguardia perezosa dispuesta a llegar en oleadas. En los cruces más importantes esperábamos a que aparecieran los rezagados y unificábamos el grupo para guiarlo, intercambiábamos impresiones, información del terreno, actividad automovilística en fin. Falta la apreciación de la hora, entre las 2:30 de la mañana y las 3:00. El lugar de destino no era tan importante sino el desplazamiento que hacíamos. A esa hora un grupo de rockers sólo asusta, pero en nuestro equipo iba una media compleja de seis mujeres y cinco hombres que más bien atraen problemas de posibles machos alfa. Igual nuestro desplazamiento indicaba un desplazamiento adecuado porque la dispersión de los integrantes no permitía un asalto conjunto ni un ataque sorpresa que pudiera menguarnos. Aquí se le teme más a la actitud tipo rebaño, pero como todos veníamos a distancias mayores de 4 metros en pequeños grupos de dos y de tres personas por un espacio de entre 50 y 100 metros era más difícil tomarnos por sorpresa. Estábamos regados pero atentos a los últimos y a los primeros. En el deprimido de la 65 esperamos rezagados y lo mismo al nivel de la carrera 60, pero no esperamos a que todos se aglomeraran sino que sólo dimos a entender la dirección a tomar con un par de señas comunes y las precauciones de la zona. Comenzó una lluvia ligera. Llegamos a destino. Algunos tomaron desde ahí hasta su casas, casi como un reto de atravesar la ciudad para después partir, como si nos hubiésemos propuesto no dejarnos solos hasta estar en un lugar seguro. Hace tiempo no tenía esa sensación de la caminata fresca por calles desoladas en grupos tan grandes. Se sintió el hedor de manada, la fuerza de la misma. Dos caminatas antagónicas en un mismo día.
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