Que si los padres tienen una preferencia ya lo había tratado y sí, los padres tienen preferencias ¿A quien quieren los padres? al triunfador de los hijos, al que les compra la casa y les lleva regalos en los días en que se deben llevar regalos, al que ha sido la lumbrera de los hijos aunque los haya metido en problemas y al que la vida pública le da de comer y consigue empleos, arregla matrimonios y mantiene unida la familia. De eso no puede haber duda, pero si no es más que oírlos conversar sobre la vida en familia y ahí mismito se les sale el amor por los labios, sin decir una sola palabra te pueden hacer sentir como la peor porquería que habita el territorio familiar. El problema se va lejos porque ningún padre reconoce amar más a unos hijos que a otros y cuando lo hacen, sostente, que te llevan a dar un paseo al infierno y toca gritarles dos o tres verdades, porque, se quiera o no, al rezar de Evaristo: también somos hijos de dios. Hijos todos. No, amados todos. Hijos los de la criada e hijos los que por pienso son ovejas negras. Los demás son los demás. Ahí está ese que vive pegado del culo de su hermana o hermano y que arrastra la triste vida de un desocupado sin más talento que tener un título universitario y pertenecer a algún grupo de esos que por casualidades es presentado en bares y fondas de dudosa reputación y en el que ha invertido toda su vida adulta sin nada a cambio. Los ideales son bellos pero es más bello el dinero, la plata, los lujos, los presentes costosos y las amistades finas que consiguen empleos fáciles y dinero extra. El que compró carro y tiene otros dos vehículos de uso personal que presta para las actividades familiares o para llevar al papá al trabajo o al hospital, el que está atento y el que, aunque sea con llamadas, resuelve todo en un dos por tres. Los hijos pródigos están solamente en la biblia, pero seguro que si el hermano mayor o el menor, aquel que es juez de la república o el que se afilió a un partido y destaca a favor de la democracia, pujante, comprando votos, colocándolos al servicio de un fulano que algún día le pagará con favores, contratos y ojos y oídos sordos al incontinente cumplimiento o a la calidad de los refrigerios y del concreto comprado para la obra, se va de casa por algún malentendido menor, le llamarán hasta dejarle exhausto el timbre y el teléfono celular. A los otros si se van no les marcan ni les ruegan, ni les preguntan como viven o como sobreviven porque eso seguro está cubierto por el gran hombre de la casa o la gran mujer. Si algún día vuelven les abrazan y les tratan con cariño, sin olvidar que están ahí porque el Gran Hermano consiguió la reunión familiar con una sola llamada. Sí. A los padres se les debe, te criaron y educaron. Sostuvieron tus ideas por un tiempo codificado, te llevaron al colegio y seguramente te patrocinaron quien sabe cuantas borracheras y calillitos, te vistieron y te alimentaron toda la niñez y parte de la juventud que desperdiciaste, pero también te tararon con su moral cristiana y seguramente te bautizaron, te llevaron a hacer la primera comunión y te obligaron a confirmarte en una fe absurda; te inculcaron los principios del amor y seguramente te dieron el ejemplo de las peleas del hogar que hoy llevas también replicadas en tu casa propia. Si mi amigo. A ellos les debes hasta tus defectos y por eso no les debes nada. Respeto y ausencia es mejor que odio presente y el odio ausente se alimenta en silencio. Casi puedo jurar que volverás corriendo a su lado en algún momento y yo no te voy a criticar. Eso te enseñaron. Yo no he enseñado si no odio, jamás olvido y por ningún motivo perdón. ¿Recordáis el verbo de la carne? ¿ese bello cuento perdido, lleno de odio del abuelo que se levanta de la cama cuando su nieto desde afuera se hace pasar por el hijo ausente y aquel cree que para perdonarlo y descansar en paz? Igual termino yo mis consignas al escuchar el ruego de "perdóname", con un disparo y una negación profunda digo: "No te perdono". Seamos sinceros, ni eso podría.
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