Parte de ser humano consiste en la capacidad de asombro y la facultad de conmoverse. La empatía, el trabajo en equipo, la sociedad, los amigos... Tengo amigos profesores que se reúnen cada que hay un cumpleaños, unas vacaciones o un fin de semana a compartir un trago, un regalo y alguna canción. Yo apenas siento el relente de rebaño. Tengo amigos que se apasionan con una relación y hacen de ella su razón de ser, los jóvenes mueren y resucitan con el primer beso, el primer aliento y el roce de unas manos. Yo no encuentro más que decepciones. No esa decepción de amor frustrado, ni esa que se desprende del melodrama, la decepción propia de saber que son cosas simples que vive cada humano: ¿Quién no se enamora y encuentra el amor de su vida en la esquina del barrio? ¿Quién no alberga ilusiones de un futuro en pareja con sueños y premoniciones que se vuelven pesadillas y desaciertos? El meollo de vivir es que lo hemos reglatizado, normatizado y simplificado: hay que tener un buen empleo, ganar más que los demás, tener una casa en la ciudad y otra en el campo, un buen auto, seguro de desempleo. ¿Cuándo dejamos de tomar el agua de los ríos y empezamos a pagarle a EEPP para que la llevara a nuestro hogar? ¿En qué momento perdimos nuestra capacidad de hacer fuego y lo cambiamos por la parrilla de inducción y el ferroníquel? ¿Cuándo dejamos de ver el vasto bosque como lugar de desahogo y pensamos en la letrina y el cuarto de baño? La sociedad que impuso su avance, impuso su esclavitud inventando las comodidades que hoy damos por sentadas. El canon establecido implica ser exitoso. Esa mayoría, ¿Cuál mayoría? establece qué compras, qué vistes, qué escuchas, qué deseas... ¿Es eso libertad? Al colmo de la tabula rasa se me interpreta a la luz de tales normas artificiales y se me pide portarme dentro del mismo rango efectivo. Debo ser social y políticamente correcto y a mí me va entrando es una rabia. Sí. Tengo que aceptar lo que los demás digan o hagan por tolerancia, pero no hay más intolerante que el rebaño que defiende los preceptos que le inculcaron. Yo tengo que decir sí respeto tu religión odiosa de dios padre, hijo y santa paloma pero nadie respeta mi decisión de permanecer ausente de esa mentira, de esa niebla que son los dioses, apóstoles, santos, curas, monjas, obispos y arzobispos. Yo tengo que insertarme en la sociedad porque la sociedad me impone unos gastos mensuales que debo adquirir de "forma legal" y la legalidad está impuesta por la misma sociedad. Tengo que ser lo que ellos quieran, escoger una carrera o hacer del esclavo más bajo de la sociedad: el obrero raso o creerme que no soy obrero cuando cumplo un horario y tengo unos jefes. Debo vestirme como ellos piden o creerme que por usar unas ropas oscuras ya soy diferente... cuánto de falso hay creer que los otros están bien arrendados y uno no. Todos estamos nivelados en esta sociedad que hasta el papel de transgresor de la misma está moldeado de normas y preceptos, tan hacen parte de la sociedad los que la la erigen como los que quieren derribarla. El programa trae su bug. El habitante de calle pertenece a la sociedad, que es su hijo pródigo que no desea volver a casa y que le importan cuatro cominos sus normas. El asesino y el ratero son una obra social, ella les creo para darse ínfulas de alcurnia. ¿Existirían ladrones sin la propiedad privada, sin ese afán de posesión que ella implanta, sin ese morbo por el poder, sin esa desigualdad que ella trae? Siempre es probable erigir sociedades y siempre ellas pondrán unas reglas que dejará un grupo inconforme que tratará de destruirla. Vago sueño, no existen posibilidades contra ella... para ser libre hay que ir hacia altamar.
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