Dicen que cuando Zeus quiso vengarse de la familia de Japeto por las rebeliones de que aquella raza de egregios liberadores le hizo participe, a uno lo puso a cargar el mundo, a otro lo condenó al Cáucaso en destierro y saquis de entrañas diarias, a otro le envió al érebo y al último, le mandó una muchacha hermosa con muchas cualidades y defectos y una caja en la que estaban todas las pestes y zozobras y al final, muy al fondo, la esperanza. Cuentan que todas las pestes escaparon y que aún, en el fondo, está la esperanza. Bonita leyenda!!! A mí no me enviaron a la tal Pandora, nunca vi a los jinetes del apocalipsis, la peste no llegó a mi puerta y crucé la cincuentena sin una enfermedad mortal declarada y sin mayores problemas. Mis hermanos no fueron sicarios ni vendedores de droga, ni se les ha decretado la muerte por funesta enfermedad -seguro más adelante ocurrirá- aunque de seguro ya todos cargamos el cáncer que nos da la vida. No quedé huérfano joven y aún mis padres viven. Aún no soy huérfano y ya serlo a mi edad, suena como estúpido o anacrónico. La más grande separación de mi vida fue representada por mi abuelo y, a decir verdad, ni siquiera asistí a su entierro. Nunca me han llamado la atención esas demostraciones de afecto al cadáver que ya no siente ni oye y al no ser creyente, todo rito instaurado por religiones me llena de tedio y de asco. No dudo que sea una de las cosas más hipócritas que realizan los queridos humanos, su congoja y gran sufrimiento nada tiene que ver con el occiso, se trata de la auto compasión y el duelo por un momento que tarde o temprano les habrá de llegar. No he padecido enfermedades y mis visitas a un hospital se han limitado a unas cuantas suturas y a solicitar un que otro desinflamatorio o medicamento para el dolor. También un hospital me parece deprimente, allí te tratan de tal manera que la dignidad humana, dado que tal cosa exista, se hace completamente nula. Odio visitar o que alguien me visite en tal sitio; la verdad es que al final, odio las visitas en general. En fin, no tengo una casa o una finca o un gran vehículo. Disfruté del amor de muchas mujeres y con cada una viví una historia en la que dejé parte de mi vida y de las cuales me sentí orgulloso. No fue sexo por sexo, sino toda una historia con vericuetos siniestros y enredos pasionales; es definitivo, no me quejo de mis pasiones aunque ya poco me llama la atención dedicar tiempo a la conquista y al preludio y más aún al post conflicto que de tales encuentros surge. En resumen le perdí el amor a la cosa. Mis posesiones son nimias y a mi edad siento que la vida se me fue en otras instancias. ¿Ya para qué un espacio de distracción o recreación, cuándo la recreación sólo es la misma que puede tener un crío? (descontando hacer esfuerzos muchos o tardar bastante en el culumpio). Ya no puedo beber, ni gritar, ni moverme demasiado rápido, saltar o conquistar una chica, a condición de no tener que visitar un hospital o llegar prematuramente a la tumba. ¿Prematura? Los amigos que conquisté en la juventud desaparecieron o yo me alejé de ellos y sólo quedan un grupo de muchachos cuya finalidad no pasa de ser la que consumió la mía: sexo, droga y rock'n'roll. No es raro que no deseen verme o compartir conmigo en tiempo fuera de ensayo o en lo que llaman "días especiales" Un viejo con una guitarra que sólo se sabe las mismas cuatro canciones y mal tocadas no es ninguna gracia. No me afecta demasiado. En serio, siento es el vacío y la necesidad de dejar espacio a quienes lo solicitan; no de suicidarme por favor, en ese aspecto soy un cobarde, lo que debo es retirarme, entender que mí época tocó a su fin y lo que me resta es pasar los días que me quedan rumiando las historias que viví. ¿Con quién habré de compartirlas? Pues acá se las dejo como legado, porque el afán de escritura no se me ha perdido y podrán notarlo en la fecundidad. Aún tengo mucho que recordar y decir, pero ya nada que aportar a la aventura. Hace años decía que aquel que vive recordando es porque ya se siente inútil para hacer y así me siento, ergo, siéntome a recordar. Eso si, quede claro que la tal esperanza no la necesité, ni me hizo falta y ahora menos, así que qué importa que la susodicha se quede atorada en la caja, yo no pienso quemar incienso en dioses. Es un desperdicio.
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