Leía una entrevista, una crónica con un ser lacónico que respondía con adagios y sólo con ellos. Cuando se sumía en la tristeza parecía olvidar qué decir o rebuscaba en su memoria un aforismo para salir de apuro. Este ser analfabeta y trágico no conocía otra manera de expresión ni de filosofía que el adagio, la sentencia, la máxima... En el Quijote de Cervantes, Sancho Panza, el pequeño y regordete escudero del caballero de la noble figura, tomado a cuentas, es un campesino corriente y descocado que cree a pies juntillos en el desfacedor de agravios y reparador de entuertos y son sus refranes el arma esgrimida para empezar aventura o darla por terminada: La muerte es sorda; a troche y moche; cuando te dieren la vaquilla corre con la soguilla; tanto vales cuanto tienes y tanto tienes cuanto vales; el buey suelto bien se lame; al buen pagador no le duelen prendas... En la calle me encuentro a diario con la gente del común esgrimiendo la máxima para dar por terminado un conflicto, para replicar una enseñanza, para coronar una hazaña e incluso para dar un consejo o una recomendación. ¿Qué colijo de tales ejemplos? Pues hombre que son ejemplos de lo que son. Veo yo que aquellas perlas repetidas en el tiempo se han convertido en la defensa de los pusilánimes porque los adagios no son ciertos o por lo menos no cumplen en todos casos y simplemente son defensas pueriles, como habré de demostrar, en su filosofía y en su estado de pensamiento. Qué podemos esperar que la zorra nos explique su fracaso frente al gajo de uvas o Álvaro sus doce intentos por reparar la fuga de aceite o Doña Marta emperrada armando arepas de choclo sin poder: las uvas están verdes; al mal tiempo buena cara; si la vida te da limones; la tercera es la vencida; no hay quinto malo... La excusa de los avivatos está reflejada en la máxima: camarón que se duerme se lo lleva la corriente; el vivo vive del bobo; a rey muerto rey puesto; el pez grande se come al pequeño; el que se fue a Sevilla perdió su silla... La resignación está al día en refranes: al mal tiempo buena cara; Vicente va a donde va la gente; no hay mal que dure cien años; mañana será otro día; no hay mal que por bien no venga... La justicia: ojo por ojo y diente por diente; lo ancho para ellos lo angosto para uno; el que no la debe no la teme; el que a hierro mata a hierro muere; por la boca muere el pez; a mala vida mala muerte; como se vive se muere... El amor: Al amor lo pintan ciego; amor fuerte dura hasta la muerte; para olvidar un querer no hay cosa como no ver; mientras más amor más temor; amor de lejos amor de pendejos; el amor es eterno mientras dura. La filosofía está en el refrán: Más vale el diablo por viejo, el sabio puede sentarse en un hormiguero sólo el necio se queda sentado en él, saber y saberlo demostrar es valer dos veces, la sabiduría no es mal de muchos... La religión es un maldito refrán: Al que madruga dios le ayuda; dios le da pan al que no tiene dientes; si dios quiere, con dios y la virgen todo se puede; que dios lo acompañe; gracias a dios... Puede que no sean refranes o adagios pero suenan y se expresan de la misma manera, sin pensarlo y sin dudarlo que es el meollo de este asunto que trato aquí: el mayor pendejo le sale a uno con una perla extraída de la memoria para salir del paso. Me cansé del ejemplo pero todo puede conseguirse aprendiendo máximas o sabiduría ancestral, que puede ser una solución al problema, puede complicarlo más e incluso no ser la respuesta porque los vocablos del adagio vienen como la filosofía, toman al lado que les conviene: Al que madruga dios le ayuda pero no por mucho madrugar amanece más temprano; el que madruga se encuentra el mandado pero más madrugó el que lo perdió o al que madruga encuentra todo cerrado; el que insiste persiste pero tanto va el cántaro al agua hasta que al final se rompe; no hay dos sin tres pero no hay quinto malo; los ojos son el espejo del alma pero las apariencias engañan; El que no arriesga no gana pero más vale pájaro en mano que ciento volando, aunque la mona se vista de seda mona se queda pero el hábito hace al monje; se consiguen más moscas con miel que con hiel pero póngala como quiera; una golondrina no hace verano pero más claro no canta un gallo; El que se va para Barranquilla pierde su silla pero a dios lo que es de dios y al César lo que es del César, cuando no es que el que viene del Tolima se le sienta encima; nada es eterno en el mundo pero el amor es eterno; al pan pan y al vino vino pero verdes son maduras; no sé juzga un libro por su portada pero la primera impresión es la que cuenta... Este único aparte da cuenta de lo equivocados que están los que esgrimen máximas como tabula rasa porque la sesera no les da para más. Quedan los proverbios infantiles para aprender y para deslumbrar con sabiduría extrema que confirman la puerilidad de los adagios: deme la mano huele a marrano, deme la uña huele a pezuña; pase que no está liso; tóqueme una que me haga llorar; el que no vino, , el que lo inventó; por que sí o porque no... Hay un grupo de máximas que son soberbias y que, a pesar de todo, me encantan: sembrar vientos para recoger tempestades porque yo siembro nubes para recoger tormentas; el que se ríe al último ríe mejor aunque el último es una ilusión y la que se ríe al último siempre es la muerte; La venganza es un plato que se sirve frío pero demasiado frío no tiene gracia.
Perdón, me faltan conclusiones, pero el adagio o el proverbio son como la filosofía: dependen del pretendiente y de los gustos de la manada: Lo dijo PLatón o lo dijo Diógenes. Lo dijo hobbes o lo dijo Sartre. Lo dijo Descartes o lo dijo Hume. Epicteto o Epicuro, Nietzsche o Camüs, Kant o Heidegger, López o Betancur, Nacional o Medellín, Doña Alba o Don Fabio... Cuestión de gustos o de imposiciones no de sabiduría o ciencia práctica, apenas resignación o advertencia.