lunes, 11 de diciembre de 2017

Una imagen vale más que mil palabras

Ya le saqué tiempo a una frase como "el que piensa pierde" y yo para eso soy maníaco, entonces ahí les va la otra. El asunto es dar por cierto una frase que se ha repetido por centurias o tal vez milenios si aceptamos que proviene de la cultura china y claro, de nuevo se puede defender con buenos resultados, pero, a mí no me interesa la defensa de las frases de combate del pueblo. Me interesa contradecirlo y es que a eso me dedico en este mundo, a llevarle la contraria a todos y a todo. Si, sé que pierdo mi tiempo y les hago perder el de ustedes, pero lo hago más como ejercicio mental, como una muestra de lucidez y capacidad y, en la mayoría de los casos es lo que yo pienso, que bien o mal, siempre tengo unos cuantos lectores en esta maravilla de tecnología que llamamos la red. Al hecho: ¿Vale más una imagen que mil palabras? digamos que mil palabras caben en cuatro hojas y la imagen es pequeña y si mucho se gasta una. Una impresora puede darle la razón a la imagen, porque si es más costoso imprimir a colores, pero ¿Y si la imagen es a blanco y negro sigue valiendo más que las palabras? es probable que en tinta gasten más las palabras así que, desde la impresión llegamos a una pequeña contradicción. Ahora veamos desde el valor intrínseco. Si entran al museo, verán unos cuadros al óleo o al pastel o unas acuarelas de tamaño gigante y esas imágenes valen más que millones de palabras, sólo imaginen el dineral en tintas y cosas así. Piensen además que si la obra es de un autor conocido, un Manet o un Velásquez o un Munch o que tal un D'vinci, no se diga más, que esas imágenes valen más que cualesquier libraco, aunque yo, por mi parte, no les doy un céntimo por ninguno. Ahora, si las letras son escritas por un Cohelo, un Chopra o un Cuauhtemoc, cualquier imagen es más valiosa que semejantes pendejadas. Pero y allá va mi pero, entréguese una imagen del esquema de armado de una máquina y ojo, una sola imagen y compárese con el manual de mil palabras donde explica que la parte marcada "a" se inserta en la parte marcada "b" para que la parte "c" pueda girar libremente, poniendo el eje "d" en la juntura "f" para que la campana... ¿Me entendieron? Ahí si, son más valiosas las mil palabras. Ahora, de nuevo pensemos lo siguiente: yo soy un lego ─para no decir "tapao"─ para dibujar, pero cualquier mamarracho le hago y la prueba es que en el área de diseño ─mis ideas espaciales─ o las he fabricado yo o con dibujitos le he explicado a otro lo que debe hacer y además me creo escritor ─de pacotilla pero escritor a fin de cuentas─ y lo hago constantemente. Semanalmente produzco unas cuartillas y publico otras tantas y no me van a salir acá con que, lo que he dibujado vale más que lo que he escrito. Producir intelectualmente no es difícil, pero ¿A cuántos conoce usted que lo hagan? Ordeñar el cerebro para que lactee el universo de la página en blanco no es una tarea simple, mientras que mamarrachos le pinto donde quiera, que a mí los papeles en blanco me desesperan y por eso una imagen no vale más que mil palabras. Además, de cualquier mamarracho se pueden escribir más de mil palabras y si uno es como Thomas Mann, nunca encuentra el tiempo perdido y podrá hablar un mil páginas de la mancha en la pata de la mesa. Explicar el arte es una pasmosa tontería y no me veo explicando "el grito" o "Las Meninas" ni tampoco veo a los agentes de tránsito reemplazando los signos aquellos por las letras correspondientes: "PROHIBIDO PARQUEAR". El símbolo aprendido es más rápido y no requiere saber el idioma y eso salva de nuevo a la imagen. Pero, y ahí va mi último pero, ¿Cuál es la maldita pelea si las imágenes explicadas valen más que las imágenes solas y las palabras solas? Úsense ambas a discreción y no se piense nunca que una vale más que la otra y les dejo esta perla: En la mañana me preguntaron ¿quieres quesadillas? yo no respondí porque me quedé pensando en las posibles respuestas y luego lo olvidé. Mi mujercita no preguntó más y calentó dos quesadillas para ella, yo me levanté, fui a la mesa de la cocina y me las comí, porque una acción vale más que una imagen y que mil palabras.

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