domingo, 6 de septiembre de 2020

El día de la muerte social

Es difícil resumir el problema del aislamiento y de sus repercusiones en la salud mental y aún más el de repetir por completo una disertación como estas. Muy atrás en la historia, mucho antes de ser homo sapiens, el contacto social y los grupos eran buscados con avidez por los individuos, la seguridad que de la manada se desprendía era un aliciente más que suficiente para convertirse en sociedades cuyo contacto representado en el acicalamiento social, en la casta -existen rituales de contacto para las demostraciones del macho alfa- en el juego y en el amamantamiento, promovían como un bien, la cercanía de otros de la misma especie. El antecesor de los humanos debió romper un tabique inmenso, el hecho de tener un largo embarazo y aún así necesitar muchísmos cuidados de sus progenitores para poder sobrevivir -un truco que se llama neotenia o altricialiad primaria y que consiste en que el niño recibe mayor atención y recibe beneficios por ello, para enfrentarse a su mundo- lo que debió influir y retroalimentar esa necesidad de contacto, que, para bien o para mal, beneficia a ambos implicados. Es bien sabido que niños cuyo contacto social es limitado durante ciertas edades, sufren de problemas de comportamiento, que si bien no son permanentes, son determinantes en el aprendizaje y en la comunicación. Ahora que entendemos la necesidad de contacto social y regresamos a este sistema de aislamiento que algunos cumplen por necesidad, otros por miedo a las multas e incluso algunos más como parte de su proceso o por real miedo a la enfermedad. El caso es que estamos a merced de las reuniones por red y las conferencias virtuales y del sexo con un "datasuite" que no llena las expectativas de dopamina y menos del sexo cibernético, para que el evento se vuelva ameno, es necesario involucrar todos los sentidos en una sinergia completa para satisfacer la necesidad de "contacto físico". El hombre cuyo comportamiento está determinado por la necesidad de contacto, por la ternura y por el aseo social, hoy representado en la fiesta, en el baile, en la discoteca, en el chisme de barrio, en la reunión de amigos en la esquina, en el flirteo lego en el parque, en la convivencia en bloques de concreto que llamamos ciudades, en el brindar con el pequeño grupo de amigos, en la exhibición de "dotes" para mostrar la capacidad de reproducción ante las hembras, se ha vuelto precario y esa necesidad no cubierta, le convierte en un ser apático que sufre de mil adversidades: nervios, depresiones, psicosis, esquizofrenias e inseguridades: el padre histérico por no poder salir a la esquina con sus amigos; la madre llevada al límite de sus obligaciones de cocinera y ama de casa, función de la cual, bajo el sistema actual, ya no puede evadir; padres cansados y hartos de convivir todos los días y a cada hora con los hijos, padres propios y parientes -un poco como los lemmings aquellos que huyen de una sociedad atestada, aunque sólo sea un referente y no una realidad- el esposo que no siente lo mismo al tener sexo con su esposa porque debe verla todo el día, el hablar solo, mayor síntoma de soledad, se convierte en una duda de cordura para sí mismo y la pregunta cuestionable sobre si vale la pena o no permanecer en estas condiciones o si saltarse la tapa de los sesos por la falta de "contacto" real o saltar al vacío desesperado por un cambio. Escaparse con el reproductor de audio funciona por unas horas, la reunión virtual descansa de la monotonía de los espacios vacíos, la serie disfraza la soledad en una familia ficticia, la novela o la película disimula los estados de ánimo pero no sacia la necesidad de contacto. Drogarse o emborracharse sólo aumenta el problema que oculta por unas horas... Llegará el día en que el hombre se acostumbre porque su segundo nombre es adaptación, pero aún nos resta mucho para convertir la necesidad de contacto en una cosa del pasado. ¿qué pues hay de raro en la nueva normalidad? que va en contra de los instintos más primarios de contacto físico. Ahora, si me salen con que hablar con uno mismo es un problema, creo que ya hay bastantes problemas entonces para sumarle el de querer dialogar con otro, nada tiene de raro que uno hable solo o consigo mismo, el hombre que no se interroga no está pensando y si el tema es profundo el interlocutor representado en la propia voz es el mejor interlocutor posible. Yo debo reconocer que lo que me he contado no ha salido de mí y que en el silencio de mi casa, ni cuenta me doy que me dirijo la palabra hasta que algún marisabidilla -algún visitante curioso- dice: "Hey, con quién hablás. ¿Te enloqueciste?


PS: En mis koanes se perfila que "hablar conmigo mismo es una señal de cordura" y que aquel que no se interroga debe tener un problema de locura. La sociedad y la psicología dicen que aquel que habla solo está loco o esquizofrénico y mi "documento público" es apenas una explicación somera para que no huyan de mí quienes me oyen discutiendo responsabilidades conmigo mismo o disertando sobre un problema matemático o mecánico.

PS 2: Por segunda vez debí redactar el pensamiento. Por segunda vez en el tiempo que llevo escribiendo, se me pierde un documento completo y a ello me refiero al inicio. Recuperar lo que dije antes es imposible, pero la idea general se conserva.

PS 3: Es determinante que cuando el león es alimentado en su jaula, no sacia el instinto de caza. Le falta la persecución, la adrenalina, el riesgo, la satisfacción.

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