Hace muchos años que debí escribir esta carta, una especie de propósito consuetudinario pero aunado, ya no a la disculpa, sino al rechazo directo. Por años he evitado asistir a matrimonios, quinces, reuniones, fiestas y entierros y me alejo lo más posible de cumpleaños, días especiales y patrañas comerciales. Me ha bastado mantener una línea amplia entre mis "compañeros de trabajo", mis "objetos de trabajo" y mi "familia". Apartarse de todos ellos y poner distancia cada que sea posible evita la contaminación del espacio, tanto el físico: auditivo, distancia, de contacto y charla, como el mental: autonomía, silencio y soledad. Me refiero pues a que siendo apático, escueto y directo logro evitar la charla banal de uno y otro al expresarles que las charlas sobre "mi hijo... dios bendito... sagrado rostro... gatos hermosos...niños enfermos... muertos... reuniones... y una larga lista de etcéteras, no son de mi apetencia y no me interesan. Recuerdo a la profesora Marleny viniendo a contarme que dios le había ayudado a sacar a su hija de un trance. La detuve en seco y le dije que para qué me contaba esas tonterías si yo era ateo. Recuerdo al profesor Roberto tratando de venderme ciencia cristiana: "vea profe aquí dan por hecho la evolución" extendiéndome algúna revista de su comunidad religiosa, le dejé claro que hacía mucho tiempo había dejado de leer historias para niños y que nada que tuviera que decir la religión me interesaba. Recuerdo a Alonso convenciéndome de que el MgSO₄ sirve para reparar el líquido sinovial y el dolor en las articulaciones, lo mismo que a Doña Adriana tratando de hacerme adicto a un café con ganoderma lucidum y repitiendo como bobita lo que le dijo el que se lo vendió; a ambos los saqué del medio esgrimiendo teorías científicas y estadísticas y les dejé claro lo poco que me importaba el pensamiento de personas anquilosadas en una educación vaga y sin rigurosidad. Aparte puedo recordar a muchos taxistas que cuando uno se sube tienen música, asquerosa música y al subirme a ellos, les advierto: "voy para tal parte pero sin charla y con la música apagada" algunos se van, pero yo me ahorro una rabieta en el camino. Igual pasa con el que se me acerca con un baflecito de esos bluetooth o similares: Hey viejo, si me va a hablar apague su música y si no me va a hablar no se me acerque que sus gustos no me interesan ni me interesa si se sabe la canción o el ritmo que le joroba la vida. Póngase audífonos. Es claro que el único matrimonio que recuerdo es el de mi "hermana" Luz Marina, luego de ese jamás asistí a otro por la convicción de que no puede ser seria la persona que cree que un tipo dando dos pases en el aire, limpia del pecado y firma tratados con un dios oscuro sobre fornicación. Al único entierro que he asistido fue al de mi abuela Luisa en 1982, contaba 12 años y aún no comprendía lo insulso y tonto de las despedidas de muertos que ya no las notan y lo ridículo de quienes asisten para cumplir protocolos sociales, dar pésames y sentir lo que aún no les llega. Mis tíos y tías muertos, el otro abuelo, primos y amigos, sólo han servido para alejarme más de la humanidad que, al saberme apático a sus ritos, más se alejan y menos me consultan. No puedo recordar que me invitaran a unos quince más que a los de Lea y no recuerdo nada grato, si debía o no bailar, si podía o no beber, si debía esperarme en una silla a que repartieran la comida, la atención que recibía la aludida... en fin. No fui a los "quince" de mi hija y no he estado en un sólo cumpleaños, léase fiesta, de la familia, aunque de amigos, sin regalos, sin tortas y sin confetti o filacteria de feliz cumpleaños, he asistido en más de una ocasión, aunque no superan los dedos de mi mano derecha. Con una experiencia tuve y a cumpleaños si me han invitado y he estado en muchos, algunas veces sin conocimiento de ello o sólo por cumplir el protocolo. Hoy pongo de manifiesto que no celebro el mío, no me interesa el de los demás y quien esté muy contento que se ponga del otro lado de la malla que a mí esas fruslerías me parecen absurdas, ridículas, masivas y de un sabor a derrota inmenso. Con la fiesta del amor y la amistad me pasa que no necesito una razón para tomarme una botella y compartir con la familia y mismas razones van para navidad, cuaresma, semana santa, día de la mujer, del padre, de la madre o de cualquier estupidez que se inventen. Por ahí me llamó Luz A. "Feliz día del músico" y le dije que no necesitaba una razón tan cursi para dirigirme la palabra y que si pensaba que cada oficio, profesión y enfermedad necesitaba de un día para celebrarlo o condonarlo, feliz día de la idiota y, felizmente, no me volvió a hablar. Yo sé que los más allegados la tienen clara y no me condenan a llamarlos idiotas, aunque la verdad lo hago con gusto y por ello se resguardan de invitaciones pendejas, hoy con más razón que les escribo esta carta de conjuro, invocando mi sagrado poder de la soledad y conminando a cada humano de mi especie a que se guarde sus días, a que celebre sus ritos lejos de mi presencia y a que no me insulten con una invitación a cumpleaños, fiesta, entierro, babyshower, carshower, conyushower, cumpleshower o similares, que pienso que todas son reuniones de recaudación o donatones, por lo demás que con lo único que aún les pudiera ofender es invitándolos a mi sepelio, pero que, con buena planeación y ciencia, no se enterarán ni sabrán nada de mí, ni por mí y que si asisten aún a sabiendas de mis pretensiones de no dejar mi cadáver a los buitres de la religión ni a los enemigos que bailarán sobre mi tumba, volveré de entre los muertos a halarles las patas cada día del resto de las suyas.
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