Lo más cercano a un maestro que yo he tenido es Giovanni Papini que en "Gog" me enseña a leer más allá de las líneas, es mentira, Vargas Vila, Camüs, Pessoa, Thoreau, Nietzsche... He tenido muy buenos maestros... Pero fue Papini quién inculcó en mí decir lo que pienso de un texto sin esperar que quienes lo hayan leído y les ha llenado puedan ofenderse por mi visión de lego o que quienes no lo hayan leído se excusen en esta reseña para no hacerlo. Ambas cosas son vanas. No puede dejar de amarse lo que se ama, aunque la pasión sea inspirada por la fuerza que otros le han hecho y no puede hablarse de lo que no se ha leído. Al punto. Esta semana tuve la oportunidad de terminar el increíble mamotreto de "Las mil y una noche" y cayó en mis manos una copia del libro de Mary Shelley más famoso de todos los tiempos, si, "Frankenstein". Ambos estaban en mi lista secreta de lecturas esperadas, pues son libros de los que se habla bastante y de los que existen muchas versiones para cine, caricaturas, televisión e incluso cada cual podría contarte una versión de él sin saber nada y sólo uniendo retazos. Si hace un mes me hubieran preguntado por Frankenstein, os habría dicho que fue un libro de culto con el que empezó el género literario del terror, escrito por una chica, donde se recrea a un ser humano que se escapa de control y debe ser muerto por la gente. Del otro habría dicho que es una princesa que decide contar un cuento cada noche al sultán X, que, desconfiado de todas las hembras, decide desposarse con una y matarle al día siguiente, pero, Sherezada le deja el cuento sin terminar todas las noches y éste la perdona cada día para oír el final hasta que por fin la perdona y viven felices y comen perdices como espera uno que acabe el cuento. Hoy la cosa es distinta. !Qué libro más soso ese de Shelley¡ Unas cartas entre un aventurero y su hermana, el recoger a un hombre casi moribundo que cuenta una historia igual de fofa: un prometedor científico que encuentra la manera de dotar de vida a un ser inerte y apenas ve su resultado retrocede paranoico ─literal, mata el tigre y se asusta con la piel─ un ser deforme pero muy fuerte, hábil e inteligente, aprende con una muenda que la gente no lo quiere, pero se esconde y aprende inglés, historia y costumbres y reconoce a su creador a quien busca en su hogar ─a unos tres días de camino─ para matar a uno de sus hermanos que se le ha resistido y luego instar a un Víctor a que cree una segunda vida, pero femenina. Este acepta y se retira a construirla, pero de nuevo al ver la monstruosidad que hace decide no darle vida y el monstruo se entera, mata a su amigo venerado de siempre, a su esposa, recién casada y huye al ártico. Acá volvemos a encontrar a un hombre, Víctor, contando su historia al capitán expedicionario. Víctor muere y en la lejanía debemos suponer que el monstruo desapareció en los confines helados del fin del mundo. Yo entiendo que la fecha de escritura, que haya sido una mujer levantándose contra miles de preconcepciones y una intensa muestra de arte e interpretaciones alrededor del monstruo de Frankenstein, hayan tenido la culpa de mi decepción. Esperaba datos técnicos sobre como la electricidad actúa en los músculos, historias de profanación de sepulcros para dar al traste con los tamaños monstruosos que el protagonista refiere, largas noches decidiendo que parte coser mejor o como instalar un sistema de excreción acorde y cuyas venas y arterias pudiesen serle de utilidad y no atrofiasen el músculo por falta de irrigación. Una teoría al menos de como por la virtud eléctrica puede devolverse a un cuerpo la animación y a un cerebro su esplendor. Nada de eso hay en el libro, se oculta tras "el horror de describir" y el tal monstruo es una adoración que sólo pide que su creador le dé una Eva. La primer muerte puede ser culposa y perdonada por la fuerza infundida en él. La segunda muerte por rabia y dolor extremo achacada a un síndrome de Amok de saberse traicionado y sólo la última muerte, la de la amada de Víctor, puede ser juzgada en este libro como una venganza ─sí, "el monstruo" mata a tres personas en total─ y una total falta de tacto de ambos, el uno por saber que ocurriría y no prepararse y el otro por que en su ceguera intelectual castiga a a quien no se lo merece. Aplaudo pues a una Shelley atrevida, pero no aplaudo tanta pompa que se le ha dado al dichoso libro, ni la narrativa, ni el ritmo. !Qué me perdonen los sabios señores de la lengua a quienes ofendo con mis percepciones¡ aunque no, no me interesa su perdón. El segundo libro que hoy refiero es más simple y al principio dice monstruoso: "Hay tres cosas insaciables y una cuarta que nunca se dice, basten el infierno, el fuego y la vagina de una mujer" y yo ansioso traté de armar los dos tomos para encontrar sabiduría y me encontré con unas historias sin pies ni cabeza, repletas de inconsistencias majestuosas: Aladín tenía un anillo mágico que le llevó a la lámpara y que, al perderla, le ayuda a recuperarla. No capto al negro gigante, ya siendo dueño del anillo poderoso, porque necesita un mocoso ladronzuelo para llevar a cabo sus planes. Alí Baba es un estúpido y es tal vez su criada la genio detrás de todo. Las aventuras de Simbad son inmamables y están cortadas por la misma tijera. Los hermanos del barbero no hablaban nunca un sexto de lo que hablaba su hermano y las historias de amores, sucesores, hijos que no se conocen, reyes, emires, primeros ministros y califas comendadores de los creyentes totipotentes y capaces de matar a un esclavo por nada, por poco me hacen cerrar el libraco. En mis manos Sheherezada y Sheznarda habrían muerto juntas la primera noche, no por el designio tomado a la ligera, sino por creer que con historias de niño podían engañar al sultán. Me queda la anécdota, antes de que mi escrito se haga tan largo que no sea digerible. Ayer repasaba a Darwin y hallé tres frases grandes que pueden ayudarles un poco en estas épocas que corren. La primera parece ser un llamado de atención al estilo Shakespeare en Macbeth, pero no es de un escritor, es de un científico: "nos maravillamos ante la extinción de un ser orgánico porque es muy profunda nuestra ignorancia y muy grande nuestra presunción." La segunda puede ser no más una reflexión frente a la extinción que corrobora la primera: "cada ser tiene que luchar por su vida y ser destruido en gran cantidad. Cuando reflexionamos sobre esta lucha podemos consolarnos pensando que la guerra en la naturaleza es incesante, que no siente el miedo, que la muerte generalmente es rápida y que los vigorosos, los sanos y los felices, sobreviven y se multiplican." Es una lástima que aquí, esa concepción natural está rota por el poder que abarca el dinero, así que debemos agregar y los que tienen dinero para ser vigorosos, sanos y felices... La última es la ley divina del señor dios en el paraíso, que sólo es una variación somera de la que Darwin leyó en la naturaleza y que es la "ley general que lleva al progreso de todos los seres orgánicos, a saber: multiplicad, variad, vivid los más fuertes y pereced los más débiles."
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