domingo, 12 de enero de 2020

El valor de la música

Hablar tanto no me da tiempo a absorber sanamente lo que escribo para defenderme, explicarme o aislarme de una determinada tendencia. Creo haberme explicado un mil veces con respecto a lo que me agrada a mí personalmente de la música, no son sólo esos ritmos compactos y repetitivos, fuertes y claros de los instrumentos eléctricos que hacen acompasar el corazón y emocionarlo: una batería, un bajo y una guitarra distorsionada son suficientes para poner a bailar a cualesquiera, pero eso no difiere en nada del reagge caribeño, ni del reaggetton puertorriqueño: unos ritmos sincrónicos y repetitivos influyen en el cerebro de manera tal que crean una especie de efecto de acompasamiento incrementando o disminuyendo el ritmo cardíaco y la presión arterial. Igual se emociona uno escuchando "Sex and Violence" de The Exploited que "We have a bigger problem now" de los Dead Kennedys, pero la letra de una y otra difieren en alto grado. Puedo escuchar "Lunacy" de The Plasmatics y sentirme emocionado por los solos de batería o brincar al ritmo de "Smell like teen spirit" de Nirvana, pero el cambio oficial no me ha dicho absolutamente nada. Los seres humanos poseemos un aprecio por la música que es innato, amamos la música en todas sus formas, las tendencias nos hacen amar más un grupo de ellas y las modas nos empujan a la colección y a adquirir una banda sonora propia que portamos en nuestros móviles o en nuestros reproductores. Yo vibro con las guitarras de Slayer en el "Show no mercy" y canto "tonigh we rise in pairs lords at night we ride... warriors of the gates of hell in lord satan we trust... to late to hide, to left to save your life... i'm the antichrist... cursed black magic night... Lo poco que sé de inglés se lo debo a mi encarnado gusto por saber que me decían esas letras extranjeras y pegado de un diccionario de "Chicago" y paciencia lograba traducir lo que escuchaba, no se olviden que mi juventud transcurrió sin redes sociales y sin traductores instantáneos. El metal no me hablaba más que de infiernos, brujas, calderos y asaltos, algunas traducciones eran tan improductivas que me causaban pena y algo aprendí, lo juro, el satanismo como modelo de rebeldía es encantador porque causa pánico en el otro, en todo aquel creyente y cristiano a ultranza y eso me encanta aunque sea tan espurio, pero no comparto el pasar de Santo Antero a Maldito Satán. Cada cual puede darse el dudoso lujo de adorar y ser fanático de la música que le dé la gana y sentirse complacido por comprarla, compartirla con otros y escucharla, lo que no podemos negar es que la música es una escuela y lo que dice, de alguna manera se convierte en parte de nuestra ideología de vida o va corroyendo nuestro cerebro hasta hacerse parte nuestra sin remedio. Leuzemia cantaba en "Memorias": "Abandoné la escuela temprano, el rock'n'roll me dio más lecciones, lo que no supe en los salones, lo aprendí de canciones..." y yo hice mía cantándola: "de niño no me gustaban los libros ni las sotanas ni salir en procesión... era tan desobediente como el viento del poniente... siempre fui esa oveja negra... y entre más pasan los años, más me alejo del rebaño, que yo no sé a donde va..." que hizo popular Txuxi Romero pero que es del Cabrero y las consignas de Evaristo "no queremos esta paz podrida es un ser deforme, esta paz impuesta por los que dominan es de cementerio..." "no a las cárceles del estado asesino, no más esconder los errores del sistema, no al estado terrorista que encierra, al que le sobra y a quien lucha contra ella..." "No al ejército ni vasco ni español, que nadie me mande nunca me gusto, ni lideres ni hostias ni control, ni poder privado ni popular la tierra no tiene dueño, todas las pisadas le duelen igual..." saben que si me quedo citando no me alcanza la vida ni el espacio que uso para escribir porque a Evaristo le debieron dar el nobel de literatura con esa franqueza y con los millones de alumnos alrededor del mundo. Yo aun estudio en esa escuela poderosa del inconformismo y la rebeldía que es la música que escucho y, de nuevo, descarto la gran mentira de que todo el rock es rebelde o pensante, hay rock estúpido, rock gracioso, rock crsitiano, rock inentendible y rock de ricos que nada tienen que decir a la revolución a menos que sea que están enojados porque sus padres no les compraron un trineo para nieve en baja California o que la sirvienta no se dejó meter el dedo y que les encantaba su nombre. Mucho rock habla de juventud, cilindros, válvulas y potencia y hay rock sensual y sexual que más parece para una orgía que para una ponencia lúcida y hay rock basto con letras simples, insultos y majaderías, pero lleno de euforia, eso sí. Yo no estoy atacando a nadie, cualquiera puede gustar de masturbarse mientras oye a Motorhead o excitarse con la música de Rob Halford o poner "Macarena" para solazarse en el ritmo. Usted puede abrazar a Xuxa y cantar "Es la hora es la hora, es la hora de jugar..." o a Enrique y Ana con su "Gallinita cocohuahua", incluso andar zumbándose canciones de reaguetton con contenido sexual... ese no es mi problema, ni es un problema más allá de aquello de que lo que escuchas socava tu ideología y habla de tu inteligencia. Yo oigo a Jello, a Txuxi, a Evaristo y a Jimmy Jazz y hasta escondido un poco a Silvio y a Facundo. Trato de entender y de explicarme la letra a quien y contra quien, de igual manera trato de componer con sentido y para generaciones que no me entienden o que no me escuchan, pero mi mitad del deber, como ya dije y expresó Vargas Vila, ya está puesto sobre la mesa.

Cuento dentro de un insermus: Caminando me encuentro con un tipo que va cantando, mirando hembras y seduciéndolas y poniendo un caminado tan sensual como ridículo y dice "está medio gordita pero chupa chévere... eso en cuatro no se ve" juro que sé que tipo de persona es y en que piensa; más adelante hay un señor arrodillado y canta: "dios es nuestro padre y pastor..." y con seguridad que me hago a una idea de ese personaje viejo, alto y ciego que se escuda en una canción para pedir al cielo y mostrarse servil. En la esquina cuatro chicas con ropas bastante ilustrativas se menean al son de un sintetizador y realizan gestos sexuales de penetración y yo inmediatamente sé lo que están vendiendo o de qué son fans. Llegando al final de la calle Juanambú hay unos niños haciendo la novena y a su lado adultos cantando villancicos, sé que tipo de persona hay allí sin mirar. Y muy de lejos, en mi casa, escucho canciones navideñas, recuerdos de cañonazos bailables y me da un ataque de simpleza que me congela el alma. Dos niñas se tocan el corazón mientras entonan un vallenato, un hombre adulto hace ademán de baile mientras se abraza a sí mismo oyendo una emisora popular... Al pasar mi último tramo de autopista vienen dos jóvenes con el cabello tapándoles los ojos, las anticruces, las camisas con nombres de bandas de heavy metal con mil marañas me dicen lo que quieren mostrar, pero me es más claro el bafle portátil que trae explosiones de algo que no entiendo y que parece una misa negra en re menor por su pesadez. Me bastará usar los cuernos para identificarme, pero mi mamá me prohibió usar signos satánicos.

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