Oiga, yo si he estado pensando en los últimos años de mi vida sobre la cada vez menor posibilidad que tengo de reunión y de agasajo, es más, he pensado en los últimos diciembres y en los últimos amigos. No tengo el don del gregarismo que me permita llegar a un bar o a una taberna y sentarme a hacer amigos o a conquistar pollinas y tampoco tengo la virtud de negociar la noche con una prostituta, cerca de mi casa abundan, bueno sé que abundan en todos lados: no quiero hacer amigos y no quiero conquistar a nadie y menos contratar cariño o sexo. Si, yo sé que he espantado a la mitad de mis amigos y juró que hay tan poca gente con la que me siento a gusto bebiendo que me asombra lo mezquino que soy, o lo apático o lo hipócrita. De todo tengo. Hace unos años nos reuníamos, charlábamos de mil temas interesantes, Ensayábamos, tocábamos unas canciones en acústico y nos tomábamos unos cuantos tragos de licor. Cada año las cosas van cambiando. Los unos se fueron a seguir su vida, crecieron, se casaron y adquirieron responsabilidades que ya no les permiten asistir o, sacan la disculpa de que hay que madurar o que las obligaciones con los compañeros de trabajo o los "otros amigos" requieren atención. Año tras año las responsabilidades y las festividades de navidad, el organizar las velitas y las novenas y la salida a ver los alambrados -eso decían los judíos- y las reuniones familiares a las que, definitivamente no soy invitado porque las odio, y que son, pues, como decirlo, tradición familiar. Antes nadie se preocupaba por los compañeros del trabajo, ni por el día de la madre o del padre o por las fiestas navideñas o las reuniones, es más, en aquellas épocas, no asistíamos a un entierro ni a palos y hoy se volvió un academicismo, una obligación, un pacto religioso. Lo más sencillo sería que yo también me dejara envolver y me olvidara de los amigos que cultivé y me dedicara a pasear con los profesores con los que trabajo, buscara la familia y los reuniera en torno a un marrano y unas botellas, prendiera velitas con mis sobrinos y mis hijos y me dedicara al culto de los muertos -estoy en la edad en que los amigos y familiares se mueren de viejos, es más, ya se han muerto una buena veintena- ya que tengo bastantes expectativas con eso. Mis padres pasan de los 75 años y mis hermanos son tan viejos como yo ¿que decir de tíos y otros allegados de los que el último año se han unido a la fuente universal unos cuatro de ellos? Podría empezar a romper mi regla sobre las prostitutas y salir con una cada semana, al fin y al cabo me quedan cerca y aunque no tengo idea si son buena compañía, al menos habrá algo de sexo. También podría comprarme una botella, cargar con mi guitarra -siempre lo hago- y sentarme en uno de los dos o tres sitios que he escogido en un parque apartado y emborracharme solo. Yo que no soy gregario puedo darme ese lujo despampanante: tocar para mí o repasar unas canciones y además pegarme una beodez. Eso siempre lo he odiado, salir a beber solo, además no falta un imbécil o varios que se te hacen al lado y empiezan a preguntarte estupideces o a pedirte prestada la guitarra o a que les toques "algo" y no entienden indirectas, ni directas: "No sé tocar" "espero a alguien" "váyase hombre, por favor". Podría encerrarme en mi casa y beber hasta caerme por el sanitario, parece ser la mejor opción, u olvidarme que beber es un aliciente para estar en esta vida sin sentido y esperar a que mis pocos amigos tengan tiempo de sobra para compartirlo con este loco engreído que no va a fiestas, no bebe solo, no le gustan los bares ni las discotecas, no asiste a entierros, no le gustan los muertos y no quiere seguir el canon que le pone la sociedad de culturas y tradiciones. Llevo veinte años como profesor y ellos ya entienden que no me interesa sentarme con ellos, que no pensamos igual y que, la única manera de estar juntos en una reunión, es que sea de trabajo y ni así me quedo mucho tiempo, pido división del trabajo y escojo el mio y me voy a hacerlo; en las fiestas y reuniones convivenciales, en los cumpleaños y en los días festivos que me preguntan si voy a asistir les digo: "si saben contar no cuenten conmigo" e invento la disculpa de otras clases, de reuniones a ensayar o a ir a un concierto o... las ocupaciones de todo gran genio: evitar el tumulto y la ridiculez propia y ajena. Mis hijos y padres y nietos han comprendido la poca gracia que le pongo a las festividades y lo poco interesado que ando en ellas y los muertos, los muertos dudo que me necesiten en sus ataúdes o que vengan a hacerme un reclamo y los que viven, saben lo que desprecio esos rituales, no lo comprenden, pero lo saben. Este fin de semana esperé lo de siempre: reunión, guitarra, tragos. Ninguno tuvo tiempo para mí: Inicio de vacaciones, cita a ciegas, reunión en bar, familia, otros amigos, novia mata tinto y obligación mata fe. Me quedé en casa y mascullé un rato el porque no hago otra cosa y felizmente puedo tomar una decisión: Me encerraré a beber sólo hasta que me vaya por el retrete.
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