lunes, 17 de diciembre de 2018

La revolución de la cuchara

Hace unos años me encontré con un grupo en Medellín que hablaban de la revolución de la cuchara, yo no peleo contra las revoluciones, las avivo y las aliento si me es posible. Sé que hay revoluciones que no parecen tener trascendencia, pero ya el sólo verbo llena toda una connotación épica y sin precedentes. Cada uno tiene su revolución y sus guerras privadas. Estos señores eran unos vegetarianos -los religiosos de los que les he hablado que son los otros testigos de Jehová- y mostraban por todo el país como cambiar los hábitos de alimentación para "ser más verdes". Por estos días conversaba con un amigo sobre las revoluciones y me ha hecho caer en cuenta que cada uno tiene las suyas, no son combates que trascienden o modelos que otros copian o modelos que valgan la pena por sí mismos, pero todos tenemos nuestras propias revoluciones claro: unos promueven que tienen una lucha contra el abono químico y otros que los aditivos en las conservas son dañinísimos; algunos juran que las comunas autosustentables tienen más valía que las producciones en masa. Cosa que hace que los productores en masa tengan su propia revolución contra los autosustentables; unos venden antipasto natural y otros jugos sin azúcar; algunos luchan por el santísimo sacramento y otros por que los gays católicos también se puedan casar; unos no quieren a Trump y otros odian a la madre Teresa de Cálcuta que tiene rimas fáciles; hay quien le basta con liderar una nueva tecnología: vivan los paneles solares o los barebones; arriba el uso extendido de autómatas; los autos eléctricos o la bicicleta semi eléctrica y otros pelean contra la tecnología y se rebelan contra facebook y tweeter o juran que no usan celulares o que son amish y  hay otros cuya revolución está basada en personalizar sus vehículos o sus casas de recreo a las creencias de cada revolución. Algunos se niegan a vestir a la moda o a usar ropas de colores, otros reputan sus acciones en guardar celibato y juran que vencieron los impulsos de la carne; otros se creen santos y se acreditan a sí mismos con fundaciones y hogares de apoyo; están los defensores de la lectura y los defensores de la tv; unos se reputan crìticos de cine y otros directores y están los expertos en mundos de caricatura y los que se creen caricaturas o viven como ellas; el que defiende los viajes y excursiones como la vida misma y el que se aferra a su terruño como un bebé hambriento se aferra al pezón ubérrimo de la madre; hay quien defiende a ultranza las bondades del piano y quien se burla de esa revolución usando pregrabaciones de sintetizador e impulsando su propia revolución; unos valoran el deber de la guitarra de ser líder y otros se apasionan hablando de las bondades del bajo y su necesidad en una banda; unos juran que le hacen la guerra al calzado y solo visten de chanclas y otros jamás se quitan sus botas y otros sus tenis; unos juran que no salen con prostitutas y otros que esa es su única pasión; hay quien defiende la moral de aquella o de aquesta -léase acuesta- religión o la ética del campanario; que tal que unos tienen la ética del asesino en serie y otros la ética del vendedor, como algunos apañan las creencias que les sirven -al vendedor de gafas no le interesa creer en eso de que romper un espejo da siete años de mala suerte, ni al albañil le conviene aceptar que pasar bajo la escalera es de mala suerte ni al tenedor de gatos suponer que uno negro en el camino le da mala suerte- y otros las desechan todas, hasta los dioses y las ciencias mismas. Hay quien defiende una revista por el horóscopo que sale en él y hay quien no puede vivir sin la predicción de los augures. Suficiente ilustración. Puede ser que esos pequeños detalles nos mantengan vivos, sabiendo que tenemos nuestras creencias y nuestras revoluciones que nos acompañan a levantarnos cada mañana con el anhelo de cumplirlas o de seguir en ellas. Las revoluciones dan sentido a nuestra vida y es probable que las grandes revoluciones nos superen ampliamente, pero esa chispa -tal vez algo genético- nos impulsa a seguir nuestras ideas ¿es válido? ¿que sé yo? a la mejor por eso no hay suicidios en masa. Ese es el punto de hoy, entender que todos peleamos por algo aunque ese algo no valga la pena ni ser contado, ni admitido, ni negado, ni aplazado, pero es lo que nos hace levantar cada mañana a seguir en este valle de deshonra, en esta ciudad de mala muerte donde se explota el cuerpo de niños, en este cuchitril político donde siempre mandan los mismos y cometen los mismos desafueros contra el erario; en este redil tan simple que acata las órdenes de fiesta navideña, cumpleaños y días comerciales para todo acto, enfermedad, profesión y arte; en esta sociedad "civilizada" que pasa factura de adhesión pecuniaria y mental; en esta barriada cuya mayor preocupación es la moda y el "estrén" y el "¿qué dirán?". ¿Cómo no necesitar de una revolución, así sea de esta tan simple de pensar y decir lo que se piensa? Ahora, permítanme la licencia ¿qué revolución tiene sentido? ¿En cuanto a inversión de tiempo y de sacar beneficios? Eso cada cual lo juzga; para mí, derribar sueños y creencias es una revolución, pero no creo que haya logrado más que "Bullshit" de Penn y Teller o los documentales de Michael Moore con sus realidades alternas -que yo considero realidades más acertadas y justas- mostradas a un público completamente indolente. Mis textos llegan a 500, 1000 personas; el mensaje que llevo en las canciones a una dudosa cifra de 20000 y ¿mis libros? ¿habrán llegado a 1000? ¿me basta a mí la inversión diaria de mi tiempo y mis esfuerzos por seguir en este juego rebelde? Baste esta declaración: "por ahora".

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